Villavieja (Huila)
Viernes 4 de abril de 2014
Después de atravesar el río Magdalena, desembarqué en Villa Vieja, un pueblo pequeño, al norte del departamento del Huila. Su alcalde hasta el 2019 es el señor Yordan Pacheco.
En el casco urbano habitan dos mil personas, cinco mil en los campos, para un total de siete mil villaviejunos.
Villavieja es una parada obligada antes de visitar el Desierto de la Tatacoa, que está a solo ocho kilómetros, por vía pavimentada.
La iglesia del pueblo, pintada ahora de blanco y azul, es mediana y colonial. Y lo que más bello me pareció, fueron los mosaicos antiguos que hay en el piso del templo.
En seguida está el ‘Museo de Paleontología’, pequeño pero interesante, y organizado en la que antes fue, la Casa Cural de la Parroquia de Santa Bárbara.
El acceso a la muestra arqueológica cuesta dos mil pesos por persona, y dentro del museo, se pueden admirar conchas de tortuga o troncos de árboles petrificados y recuperados en el desierto que, en el caso de las plantas, se llaman Xilópalos.
También se conserva allí una mandíbula de Toxodonte, el fémur de un Mastodonte y la cabeza del fémur de un Megaterio (Gran Bestia), que medía por ahí unos 6 a 8 metros de alto. También se puede ver en el Museo, la cabeza petrificada de un gran caimán.
En el centro del parque de Villa Vieja hay una réplica en concreto de ese animal antediluviano. Era un vivíparo herbívoro, antepasado del oso perezoso actual.
Después de tanto sol y calor, una gaseosa pequeña, en el parque de Villa Vieja, me supo a gloria. La disfruté animado por el concierto de una bandada de loros, que cantan celebrando el día veraniego de hoy, y reunidos en el palo de almendro frente a la cafetería.
A través del alto parlante de la iglesia, se escucha este anuncio:
‘La secretaría de educación, a nombre del alcalde municipal Raúl Arturo
Ramírez Olaya, informa que, a partir de las tres de la tarde de hoy,
se estará entregando el paquete de desayunos infantiles’.
Me cuentan que son alimentos no perecederos, que el municipio ofrece a los niños de escasos recursos.
A esta hora ventea delicioso en la plaza de Villa Vieja. El sol es fuerte, pero disfrutarlo desde la sombra, es una delicia.
En el parque hay unos árboles de tronco retorcido, muy particulares, que no había detallado en otra parte y que, según un lugareño, se llaman cujé.
Me encanta estar acá, contemplando el parque tan verde y acogedor.
Qué ricura de paseo, qué maravilla disfrutar de tantas cosas bellas, en estas tierras huilenses.
Comienzo a caminar y caigo en cuenta que lo que maltrata la planta de mi pie, es un chuzo muy afilado que se enterró en la blanda suela de mi chancla. Milagrosamente ese acero afilado entró de lado, si no, me hubiera herido la planta de la extremidad. Hasta ahí hubiera llegado el paseo… Gracias Dios mío!
Ahora sí decido regresar a Neiva en una camioneta cuatro puertas, cuyas sillas delanteras ya vienen ocupadas con pasajeros recogidos en barrios de Villa Vieja. Atrás hay bancas longitudinales, pero me ubico en el asiento contiguo a la cabina y a la sombra.
Encima del capacete, va una barca de madera, en la cual pescan todas las noches, artesanos locales. Los pescadores hacen el viaje tirando las redes, con corriente a favor, desde las afueras de Neiva, hasta Villa Vieja. También llevan neveras de icopor, mallas de nylon, carnadas y demás accesorios para capturar los peces.
Por entre el capacete y la cubierta de la cabina, entra un viento cálido y fuerte, que me acaricia el rostro. Me encanta oler esa brisa que trae fragancias de los potreros, los cultivos verdes de arroz y el aire tibio de los terrenos soleados. Ese mismo aire caliente lo recibíamos de niños mi hermano y yo, cuando nos colgábamos de la camioneta de mi cuñado, en Santafé de Antioquia.
En el colectivo soy yo quien preside la tertulia, mediante preguntas sobre los lugares por los cuales pasamos. Me encantan estos viajes comunitarios, porque uno aprende bastante de los sitios y costumbres de la región. Así se conoce más. Todos los huilenses hablan cantadito, y es delicioso escuchar sus acentos particulares.
Pasamos por un lado de Tello y a 12 kilómetros de Villa Vieja: Fortalecillas, un poblado también pequeño.
Ya en las goteras de Neiva, paramos para descargar la canoa y demás arreos, en una ribera del río Magdalena, enmarcada por árboles frondosos. El paisaje es de ensueño, el río al fondo, el fogón todavía con brasas rojas, las barcas, las ramas de los árboles, qué belleza todo esto.