Viajar nos permite conocer personas que miran el mundo de manera diferente.
Y esto fue lo que viví hace un tiempo en un Encuentro de Viajeros Couchsurfing en Quimbaya (Quindío).
Allí nos encontramos mochileros de distintos países, pero me relacioné más con una señora de Estados Unidos de quien aprendí mucho del modo de vida norteamericano. Llamémosla Mary.
Cuando quería asegurar la ida a Salento en carro particular, Mary, una gringa que vino al encuentro me invitó para ir a Quimbaya. Ella arrendó un carro por 70 mil pesos diarios para recorrer nuestro país. Justo era lo que yo quería: salir de la finca y estar un rato en Internet. Ya en Quimbaya acompañé a mi amiga a conocer un poco del pueblo.
Estuvimos en la Plaza de Mercado y a Mary le pareció hermoso ver las carnes colgadas de ganchos en las carnicerías. Luego cuando visitamos almacenes de artesanías, a ella le gustaban cosas que para mi gusto son mañé. Definitivamente los americanos, tan acostumbrados a lujos desconocidos por nosotros, optan por esas manualidades que para los latinos no tienen gracia.
El Cristo inmenso que tiene el frontis de la iglesia de Quimbaya le pareció aterrador a Mary. A mí no me choca. Pero lo que sí es cierto es que este templo es más bonito por dentro que por fuera.
Cuando entramos a conocer la iglesia se celebraba un matrimonio muy pomposo. A propósito Mary opinó:
´En Estados Unidos nunca se casa un hombre con una mujer más alta que él o de mayor edad. Y lo que sí he visto en Latinoamérica es que una mujer gorda puede más fácilmente llegar a conseguir esposo, que en Estados Unidos donde es mayor el desprecio por las personas obesas’.
A Mary le gusta viajar sola y ya estuvo en Salento ayer. Y como acostumbramos los viajeros puros, le encanta ir a las plazas de mercado. Hablamos sobre el consumismo. Me contaba la señora cómo la gente en USA a veces no saca las vacaciones por tener más dinero para comprar más cosas o, aprovechan los recesos para arreglar la casa y hacer aseo general, para lo que no tienen tiempo durante la semana, por estar trabajando.
Esta señora tiene una hija de 14 años, está con ella seis meses y los otros se vuelve para un país latinoamericano a vivir lo que a ella le gusta: estar lejos de la televisión y el afán consumista americano. Su hija, aunque es excelente estudiante es igual a muchos de los jóvenes nuestros: quiere usar ropa de marca, tener muchas comodidades sin sudarlas, y le cuesta colaborar en los oficios de la casa.
A Mary le impresiona la forma de vestir de las mujeres latinas, lo cual es influencia de la TV hispana porque, en USA las presentadoras de TV se visten muy discretamente. Mary es una persona acaudalada. Fuera de su casa en USA tiene otra vivienda en una isla frente a Ciudad de Panamá.
Según me contaba Mary, la educación universitaria y el servicio de salud como que es igual aquí que en Estados Unidos. Es decir, quien quiere estudiar en una Universidad de calidad, tiene que pagar mucho dinero por el semestre; lo mismo que quien, ante una enfermedad, pretende que lo hospitalicen en pieza individual y le atiendan todas las necesidades, debe inscribirse en un servicio médico particular, que cuesta un dineral.
Todos los médicos estadounidenses tienen que tomar un seguro contra demandas, bastante oneroso para ellos, pues los americanos, donde vean una oportunidad de ganar mucho dinero, ponen demandas por todo. Qué pesar que esa costumbre se está dando también entre nosotros sin ningún recato. No siempre lo legal es lo justo.
A su paso por Bogotá, a Mary le impresionó la cantidad de autos por las calles, en los días de semana. En Estados Unidos, dice, la gente solo usa el auto cuando vive en el campo o para salir de la ciudad los fines de semana. Y tener carro propio no significa nada para el norteamericano corriente. Se podría decir que todos los citadinos usan bus urbano, para transportarse dentro de la ciudad. Excepto en Los Ángeles, pensaba yo.
A Mary le tocó la generación de los jóvenes que solo querían vivir bueno y consumir drogas. Ahora lo que disfruta es huir del consumismo americano y ese estilo de vida de solo trabajar, que tanto le aburre. Por eso prefiere vivir en estos países latinoamericanos.
Ahora se admiró ante el gesto de un muchacho de Quimbaya. Ella se empinaba para tomar la foto a una flor de San Joaquín muy grande. Entonces al ver su esfuerzo un pelado que pasaba por el parque, le agachó la rama para que la flor quedara a su alcance. Ese gesto le encantó a Mary y es lo que ella extraña en su país. Yo le dí la mano al muchacho para felicitarlo por ese detalle de amabilidad y comedimiento.
Mary también estuvo en la India, pero no quisiera volver. La miseria y el desaseo son espantosos. La gente vive en la calle, cocina en la calle y hace sus necesidades sobre la vía pública. Es frecuente ver cómo a un lado de ella, pasan con una persona muerta y la policía camina por las calles levantando sábanas para ver si, quien está debajo está vivo o muerto.
Cerca del medio día entramos a tomar un jugo en La Ñapa. Mary se fue al rato y yo preferí caminar algo más por el pueblo.
Mi conclusión es que viajar nos amplía el espectro mental y que, como dijo alguien: ‘Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira’.