Supía (Caldas).

 

Domingo 4 de enero de 2015

Estando en Riosucio salí a la carrera cuarta para esperar buseta hacia Supía, el municipio vecino, que está a solo 10 kilómetros y el viaje tarda 20 minutos.

Anduve cuatro cuadras hasta que me paró un señor de Támesis que conducía una jaula construida a la brava, a partir del chasis de una camioneta repotenciada y con tablero de lujo.

El hombre como que necesitaba de alguien que lo escuchara porque me habló por todo el camino. Es de esas personas que todo lo critica, sobre todo si se trata de algo que va en contra de las mujeres. Machismo puro.

A propósito de las damas, una cosa que me ha llamado la atención en este viaje es que, en la zona rural ya hay un oficio nuevo para ellas y es el servir de semáforo en los puntos en los cuales se está reformando la carretera y es necesario interrumpir momentáneamente el tránsito.

Se trata de las ‘paleteras’, aquellas mujeres que ve uno con una ‘colombina’ de dos caras: pare y siga, rojo y verde y que, radio-teléfono en mano, se comunican con la persona del otro lado para dirigir el tráfico.

Como tres kilómetros antes de llegar a Supía el pueblo se ve precioso allá abajo, entre praderas verdes y montañas bajas.

Supía tiene en total 24 mil habitantes con igual proporción en el campo que en el casco urbano. Su alcalde hasta el 2019 es el señor Omairo Ayala Cataño.

El desayuno fue lo más trancado, pues en la panadería me sirvieron huevos con chorizo y arepa. Bueno, ya estoy preparado para el resto del día.

El parque de Supía es un espacio agradable, sobre todo porque tiene muchos árboles que dan sombra.

A un lado del parque hay dos kioscos no muy bellos, pero sentarse allí es reconfortante. Uno, el kiosco de Toño y el otro el Karrusel, ambos con sillas y mesas bajo carpas auxiliares, mediante las cuales sus dueños ampliaron el espacio disponible.

Allí escribí estas líneas mientras saboreaba una Cola & Pola deliciosa y me sentí muy bien abrigado con esa sombra espesa.

Hace pocos años, la parte exterior de la iglesia de Supía era muy similar a la de San Roque, en Antioquia, construida en ladrillo a la vista con las uniones pintadas de blanco. Hoy le han colocado un color crema que la hace ver más bonita.

El templo por dentro: muy bien. Tiene en las paredes laterales cuadros muy grandes con imágenes de San José, la Inmaculada y otros santos.

Columnas con capiteles dorados y un altar mayor en mármol decente, constituyen lo más destacado del santuario.

Lo más curioso es que quien toca las campanas de la iglesia es un niño como de apenas siete años a quien fotografié en plena acción. Al chico le faltan piernas para alcanzar los lazos.

En la Panadería San Remo, cerca de la Plaza Principal, probé los panes de café, a $600 cada uno, con una línea pequeña de arequipe en su interior. Es novedoso este producto que se hace con café instantáneo, pero poquito, para que el pan no quede amargo.

Y la otra novedad en Supía es el Sirope, una bebida a base de panela, semejante al guandolo nuestro, al cual le agregan perejil y de verdad que calma la sed muy fácilmente. El vaso grande de Sirope, cuesta $800.

En seguida subí a la plaza de Supía que está muy animada. Hay mesas y sillas en el costado occidental del parque, muy agradable sentarse allí. Hoy los asientos están casi llenos.

Supia es un pueblo grande, en el centro hay construcciones de varios pisos, dado que no hay demasiado espacio para ampliar el casco urbano.

Fuera de eso esta hora de las 5:30 de la tarde es muy agradable en los climas cálidos.

La fachada de la iglesia se ve hermosa y con una coloración bellísima que le dan los últimos rayos del sol.

Ahora suena ‘Sin rumbo alguno’, una canción que me encanta y tiene buen mensaje:

‘Vive la vida como la debes vivir y nunca intentes subir, donde no puedes subir,

No olvides todo termina aprovecha lo que puedes y lo que prefieres puede, lo consigas’.

No, qué tarde tan deliciosa ésta en Supía.

Bajando al hotel, me di cuenta que la emisora comunitaria se llama La Vega Stereo.

También conversé con un cerrajero que se dedica a reparar y reconstruir máquinas de moler, de las que se usaban antes para hacer las arepas.

Supe además que en el puente de San Pedro y San Pablo, se celebran en Supía, las ‘Fiestas de las Colaciones’, solo en los años pares.

La tarde está hermosa, de puro verano y brisa deliciosa.

Al día siguiente regresé temprano a Medellín.

A un lado de la carretera corre rugiente el río Cauca con sus aguas tan encañonadas que, al decir del conductor del bus, tiene una corriente de 80 kilómetros por hora, por lo cual nadie sería capaz de atravesarlo a nado.

Dejamos el departamento de Caldas en el puente sobre la quebrada Arquía, que marca el límite con Antioquia.

Cómo hace de falta la valla tan bonita que había aquí en los años 80, con el mapa del departamento paisa  y la leyenda ‘Aquí empieza Antioquia’.

Cuando yo venía de Cali en mi Renault 4 y llegaba a este punto, se me ponían los pelos de punta.