San Vicente del Caguán (Caquetá).
Sábado 12 de marzo de 2016
Antes de las seis de la mañana estuve en el Terminal de Transportes de Florencia.
Me esperaba un taxi colectivo próximo a salir, luego de recoger en su casa a ‘la doctora’, una optómetra que viaja todos los sábados a esta hora.
Qué pasajes más costosos los del Caquetá. Para este recorrido de dos horas y media, hay que pagar $28.000 por la silla. ¿Cuál es el problema? Falta de competencia.
A los pueblos del Caquetá viajan pocos buses, más que todo taxis viejos marca Daewoo para cuatro pasajeros; busetas que de vez en cuando salen para Bogotá o escaleras muy incómodas, que acá las llaman ‘chivas’.
En las vías caqueteñas no hay peajes y el tráfico es escaso. Por esta troncal norte, el pavimento tiene tramos en muy mal estado. No obstante lo normal es que se viaje a 120 kilómetros por hora, pues hay pocas curvas.
Vamos hacia el norte del departamento del Caquetá. El paisaje es bonito, con una cadena de montañas al occidente y a los lados casi siempre prados donde pasta el ganado.
Pero no se ven tantos árboles en medio de los pastizales. Parece que los hacendados siembran solo los precisos para que el ganado se libre del sol.
Cuando hay muchos árboles se corre el riesgo que el prado se seque o se ahogue en el barro, con las pisadas de las vacas durante el invierno.
Al oriente de la carretera se aprecian morichales, zonas donde crecen palmas de moriche que también abundan en el departamento del Meta. Un compañero me cuenta que en esos morichales abunda la serpiente de colores negro y rojo, que se alimenta de los frutos de la palma.
A medida que ganamos kilómetros, nos vamos haciendo conocidos, pues el chofer es un hombre muy sociable. Me sentí orgulloso cuando, luego de responder que yo era de Medellín, el hombre dijo:
‘Los paisas son cultos. Yo me lo analicé a usted desde que se subió al carro y guardo en el bolsillo la servilleta del buñuelo. Un caqueteño la hubiera tirado al piso’.
Bueno, siquiera tiene esa percepción que es real, porque sí, siempre guardo en la riñonera la basura que genero hasta cuando encuentro una caneca para basuras.
Cuando salimos de Florencia todavía estaba oscuro. Poco a poco ha comenzado a salir el sol, como una gran bola roja en el horizonte.
Nuestro conductor tiene el mismo gusto mío para la música. Primero vallenatos clásicos y luego Alcy Acosta, un intérprete que me parece ideal para escuchar en los viajes y, por último: Julio Jaramillo.
Entrando a San Vicente antes de las ocho de la mañana, pasamos frente a un coliseo que, según cuenta nuestro anfitrión, lo empezaron a construir desde los tiempos de la Zona de Distensión, y todavía no lo han terminado, aunque ya tiene la cubierta.
Y lo que primero llama la atención es ver a muchos policías, todos con armas de largo alcance y cada uno con chaleco anti-balas.
No obstante, el orden público ha estado bien en los últimos meses y, quién lo creyera, en las pasadas elecciones para alcalde, acá en San Vicente, ganó Humberto Sánchez Cedeño, el candidato del Centro Democrático.
Algo muy bueno y económico en San Vicente son los productos derivados del queso. Como hay tantas ganaderías, abundan los productos lácteos. Así que a los buñuelos y las almojábanas de $500, les echan bastante cuajada en su elaboración.
Por la misma razón, existen en San Vicente muchos almacenes agropecuarios. A la entrada al pueblo se ve la fábrica de Lácteos Gamar.
También pasamos frente a la Institución Educativa Verde Amazónico y algunas galleras.
Hay dos parques principales, el más nuevo con árboles jóvenes, frente a la Estación de Bomberos, que los lugareños llaman el ‘Parque de los Transportadores’.
El otro: ‘Parque de los Fundadores’, está frente a la iglesia católica.
En este espacio hay juegos infantiles, cancha mixta y en el centro se ve el hacha con la cual los colonizadores de estas tierras tumbaron árboles para instaurar el pueblo.
La iglesia, de una sola torre y aspecto moderno, tiene al lado la casa cural. Dentro del templo se destacan vitrales primitivos con imágenes de los evangelistas.
Me siento en Sabor & Sazón a tomar café y a observar el movimiento de la plaza. Hoy sábado se ve mucha gente haciendo diligencias, pero me
imaginé mayor movimiento comercial en este municipio.
Actualmente están remodelando la plaza de mercado cubierta, que no es muy grande.
Miller es un señor de edad que me subió en su moto al Barrio Buenos Aires, desde donde se obtiene una vista muy completa del pueblo.
Siempre es grande San Vicente y muy arborizado. En el casco urbano tiene unos 26.000 habitantes, más 31.000 en el campo, para un total de 57.000 vicentunos.
Desde esta altura se observa el Puente Colgante sobre el río Caguán y lo que más se destaca es la antena de celular y la torre cuadrada de la iglesia parroquial.
A la bajada comimos plátano asado en la esquina más comercial del oriente, y vimos la carne a la llanera que comenzaba a asarse sobre leños en llamas.
También conocí una especie de uvas negras, llamadas caimarón, más grandes que las corrientes, cuyo sabor no es tan intenso como las que se utilizan para elaborar vino tinto.
Por último fotografié la Alcaldía y la Casa de la Cultura, de construcciones similares, dos plantas y pintadas de blanco.
Bueno, ya está bien por San Vicente, me devolveré hacia Florencia, conociendo otros pueblos: Puerto Rico, El Doncello, El Paujil y La Montañita.
Quiero viajar a San Vicente que tan seguro es ahí
No sé por estos días que tan seguro sea, yo lo conocí hace ya varios años, pero creo que ya se puede viajar más tranquilo por el Caquetá. Saludos.