Salento (Quindío).
Lunes 7 de diciembre de 2015
Varias veces he venido a Salento.
Esta vez lo hago porque paso por la entrada sobre la Autopista del Café, tengo tiempo disponible y porque, de todas maneras Salento es el pueblo más turístico del Eje Cafetero.
Lo mejor fue que cuando paré la buseta que llegó al cruce, debí dejarla ir porque no llevaba silla disponible. Eché dedo, y el primer auto que pasó me recogió.
Viajé con una pareja de envigadeños jóvenes y amables, con los cuales intercambié impresiones del Eje Cafetero durante el viaje de 20 minutos entre la autopista y Salento.
La mitad del camino, está en el puente que atraviesa el río Quindío, hasta donde llega el descenso. Allí está el corregimiento llamado Boquía, con restaurantes y hospedajes. Luego se sube una pendiente corta y estamos en las calles de Salento.
A lado y lado del camino es frecuente ver helechos, bejucos, arbustos pequeños y todo tipo de follaje.
Pero Salento me decepcionó un poco esta vez. Sobre todo por el desorden de la plaza principal donde
hay varias ventas estacionarias y muchos autos parqueados.
En el centro, solo deberían permitir el estacionamiento de los hermosos y coloridos camperos, popularmente conocidos como ‘jeepaos’.
No es fácil conseguir que los alcaldes tengan suficiente autoridad para despejar la plaza principal. Porque los puestos de ventas estacionarias generalmente son compensaciones a votos que recibieron dirigentes y concejales. ¡Qué pesar!
Además los pueblos con hordas de turistas, no me gustan. Y hoy acá se ven bastantes viajeros. La calle de las artesanías y la subida al túnel, están colmadas.
Una cosa que observo es que ya los turistas no se dedican a tomar fotos, como que prefieren vivir y disfrutar el momento y eso está bien.
Al comienzo de esta calle, hay un reloj hermoso que, como el de la iglesia, no señala la hora actual.
Muy bellos los vitrales con escenas bíblicas que hay en la iglesia parroquial.
Allí aparecen estampas de la Anunciación, la familia de Belén, el Buen Pastor y el bautizo de Cristo.
Entré a un bar que tiene una colección muy rica de discos de 78 revoluciones con música antigua. Están bien conservados y clasificados con pestañas que facilitan su ubicación.
Luego anduve por la Calle de las Artesanías, donde el surtido de recordatorios y regalos es abundante y variado.
Muchos de los artículos son hechos en guadua, la especie llamada ‘acero vegetal’, propia de estas tierras cafeteras.
Los precios en la plaza son costosos. Por un vaso con frutas picadas me pidieron $2.500.
En cambio en el restaurante Donde Papuchis, una cuadra abajo de la plaza, por $6.500 almorcé con platos caseros y ricos.
De todas formas disfruté mucho esta venida a Salento. En la próxima entrega me referiré al Valle del Cocora.