Salamina (Magdalena).
Domingo 7 de febrero de 2016
Antes de la una de la tarde, con un calor tremendo pero con algo de brisa, salí de Pivijay hacia Salamina en un campero Toyota de muchos años.
El conductor no es muy conversador y tiene más años que yo.
Da pesar ver los prados tan secos. Es que no llueve desde hace semanas. Al ganado comienzan a notársele las costillas.
Con ese nombre, y por la evocación del homónimo pueblo caldense, pensaba que Salamina (Magdalena) era un pueblo hermoso. Pero no.
Tampoco es un moridero, pero sí me impresiona su soledad y las pocas calles que tienen pavimento.
En el invierno del 2011, este pueblo también se inundó cuando se desbordaron las aguas del río Magdalena. Gracias a la colaboración de los salamineros, se hizo un contenedor provisional utilizando bultos de arena.
Ahora ya existe una barrera con mejores especificaciones a todo lo largo de la carretera desde El Piñón hasta Salamina.
Pocas personas se ven en las calles de este pueblo de apenas ocho mil habitantes. Seguramente es un poblado que se está quedando sin jóvenes, como tantos en Colombia.
Y es que también es uno de los municipios del departamento del Magdalena, con menor extensión.
A las dos de la tarde, el calor está en su furor.
Recorrí a pie algunos sitios, como el malecón, la iglesia muy sencilla, que estaba abierta pero el único ‘feligrés’ que quería entrar era una vaca que andaba perdida por la plaza.
La baldosa antigua en el piso de la capilla sí tiene un diseño elegante y poco común.
Diagonal al templo está el edificio de dos plantas de la alcaldía. A su alrededor crecen palos de mango, como para abrigarlo del sol poniente.
Lo que sí vale la pena disfrutar, es el malecón que construyeron a orillas del río.
Se ve bien y para estar allí por las tardes, debe ser muy agradable. Espero que le coloquen bancas.
El parque, más bien despoblado tiene como elemento decorativo un busto pobre del Libertador.
Fue Simón Bolívar quien bautizó este pueblo con el nombre de Salamina, en recuerdo de la ciudad griega.
José Nicolás Díaz Marchena un joven liberal, fue elegido alcalde hasta el 2019 por estrecho margen, frente a su contendor.
Ojalá el nuevo burgomaestre termine de pavimentar las calles que faltan y coloque asientos a lo largo del malecón.
Bastante surrealista este relato. Casi pensaba que ahí no había nadie y que la única habitante era la vaca que cuidaba de su territorio. Hasta ahora es el municipio más solo que he visto, en sus blogs, de la Costa Caribe.