Sabanagrande (Atlántico).
Sábado 1 de marzo de 2014
En mi hospedaje de Barranquilla, me levanté sin afán, dormí hasta cuando tuve sueño e hice pereza hasta que estuve a punto, para salir y abordar un bus por $2.500, con destino Sabanagrande, un pueblo que no visité el año pasado.
Desde la troncal oriental donde me dejó el transporte, hasta el centro del pueblo, hay unas ocho cuadras que recorrí por mil pesos, a bordo de una bici taxi, que me dejó en el cajero cerca de la plaza. Una avenida con separador central, comienza en el busto de quien fue un buen alcalde del municipio, hace muchos años.
Sabanagrande es un pueblo apacible, cómo será que en el marco de la plaza solo hay una papelería, como único establecimiento comercial. De resto, residencias.
En este municipio atlanticense, el transporte de la leche o los escombros, todavía se hace en coches tirados por caballos. Me encontré un equino lo más de ‘bien presentado’, con la pata doblada, como posan las modelos, y con un moño en la frente que se le veía de maravilla.
La iglesia, de única torre, es bonita y, eso sí, está ubicada en todo el centro de la plaza; es decir, acá el templo parroquial, ocupa el espacio que, en la mayoría de los pueblos, domina el parque principal.
Al lado de la iglesia se ve una tarima con pequeña concha acústica, hecha en material de adobe y cemento. Un lugareño me cuenta que hace un mes, una cervecera trajo a un cantante famoso, que llegó al evento a las tres de la mañana, cuando toda la concurrencia estaba cansada de esperar. El hombre cantó sus canciones y luego, el público enfurecido, agarró a piedra la tarima y hubo algunos daños.
Alguien me habló de que uno de los lugares que vale la pena visitar en Sabanagrande, es ‘el puerto’. Entonces abordé una moto-triciclo que, por $4.000, me llevó hasta el desembarcadero. Y sí, es un sitio, a orilla del río Magdalena, al cual llegan algunas embarcaciones procedentes, más que todo, de Sitio Nuevo y Remolino, dos municipios magdalenenses que quedan al otro lado del río.
En otra venida a Sabanagrande pasé al otro lado del Magdalena, con gran susto, pues el río estaba muy crecido y bajaba troncos grandes que podían echar a pique la embarcación. Fue uno de los momentos más angustiosos que he vivido en mis viajes.
Durante el recorrido hasta el gran afluente, pude observar muchas cosas interesantes. En primer lugar, me reafirmé en la idea que Sabanagrande debe ser un buen vividero, por tranquilo y seguro, a diferencia de Malambo, por ejemplo, que tiene fama de violento, o de Baranoa donde hay mayor movimiento comercial. Aquí los jóvenes se divierten montando en bicicleta, mientras en las ciudades, desde muy pequeños, los niños se mantienen ‘conectados’. En el centro urbano de Sabanagrande, se ven casas bonitas, como de gente bien; aseadas y bien tenidas.
Otra cosa que me impactó, fue la belleza de la vía que va al puerto: un sendero destapado, pero sin polvo y con árboles grandes y sombríos, a lado y lado de la vía. A veces las ramas forman un túnel verde que le aporta frescura y acogida a la carretera.
Por estos días de verano, no se ve mucho verde, pero en época de lluvias, el paisaje natural debe ser apacible.
A mitad de la vía salen, hacia ambos lados, sendos caminos peatonales, bien construidos, formando un anillo vial que rodea el casco urbano. Por ahí no transitan autos, si acaso motos, el sendero se utiliza más que todo, para caminar en las mañanas o cuando la tarde ha refrescado.
Al final del recorrido en la moto, junto al caño donde fondean las embarcaciones, se ven restaurantes y bares a donde vienen los sabanalargueros con sus familias, los fines de semana.
Cabe anotar que las embarcaciones que llegan hasta el puerto, son más que todo botes hechos del tronco de un gran árbol y que, generalmente tienen capacidad para 35 pasajeros, sentados en bancas sencillas.
Mi amigo, el conductor del moto-triciclo, tuvo suficiente paciencia para detenerse cuando yo quise fotografiar unas vacas rumiando y echadas sobre el piso pelado, o conversar con el campesino que llegó en bicicleta arreando unas reses, e incluso mi conductor ofició también como fotógrafo, cuando quise posar en su moto. El joven fue paciente y atento y terminó actuando como buen guía turístico.
Cuando veníamos de regreso, por poco pisamos una chucha muerta que poco antes había atropellado un bus. Según dictaminó mi amigo: ‘Estaba parida!’
Y sí, del vientre del animal, salía al menos un feto.
Ya en el pueblo, pasamos por las instalaciones del Hospital, pequeñas, pero modernas, y también fotografié el Eco Parque, que da cuenta de un pueblo que piensa en la naturaleza, o de buenas administraciones municipales en el pasado.
A continuación, la idea era ubicar una buena panadería para desayunar. Y sí, a un lado del ‘matadero’, como llaman acá a la carnicería de la troncal, hay dos negocios de pan, uno frente al otro. Así que allí disfruté de buñuelo, palito de queso y tinto, como los que como en mi tierra.
Bueno, termina acá mi visita a Sabanagrande, muy interesante y entretenida. Por dos mil pesos abordé un bus para Barraquilla, de los tan coloridos y modernos, que me dejó en la 30 con primera, a pocas cuadras de mi hospedaje.