Rivera (Huila).
Jueves 3 de abril de 2014
El pasaje de Neiva a Rivera cuesta $3.500. Esta población es una de las más turísticas del Huila, y está a solo 14 kilómetros de la capital opita.
Un vendedor que se acerca a la buseta, para 11 pasajeros, ofrece
‘Paletas para el sueño y la pereza’.
Y sí, ya ve, chupando helado, uno no se duerme ni se aburre durante el recorrido. El vendedor conserva su producto en una nevera de icopor, protegida por dentro con papel kraf, como antaño.
A mi lado va un señor, como de mi edad, al que le falta la pierna derecha. Cuando me observó escribiendo el borrador del diario, el hombre me preguntó qué hacía. Porque durante su juventud él también fue aventurero y tiene en su casa tres cuadernos con notas, de los recorridos que hizo en esos años.
Pero qué pecado, mi amigo se queja de cómo la diabetes acaba con casi todos los órganos, tiene que hacerse diálisis todos los días, con el aparato que tiene en su casa, y además ha perdido mucho la vista.
Le hice algunas preguntas sobre aspectos positivos de su vida, pues el hombre necesitaba de alguien que lo escuchara y se nota algo deprimido. Claro, yo creo que es consciente de la fragilidad de su vida, debida a la enfermedad que, según él, es peor que el cáncer.
Para ir a Rivera, se sale por la vía al sur, la que va hasta Pitalito y San Agustín, pero en el kilómetro 11 se desvía hacia la izquierda, o sea hacia el oriente y a solo tres kilómetros más, está Rivera. En total el viaje dura media hora.
Antes de ese cruce, pasamos frente al Club Campestre de Neiva, que se ve lo más de bonito por dentro.
Me asombró que la topografía y la vía a partir de la entrada a Rivera, se parecen bastante a la carretera que llega a Chinácota, en Norte de Santander: un tramo en ascenso suave, más bien recto y muy arborizado.
La iglesia del Perpetuo Socorro de Rivera, de una sola torre, es elegante y llamativa. Lo más particular es que los capiteles de los pilares que comúnmente están en el interior, acá hacen parte del decorado de la fachada.
Adentro se observan 24 columnas muy sólidas que sostienen la cubierta, y más arriba, 48 claraboyas a través de las cuales entra al recinto suficiente luz. El retablo central así como el altar, son de mármol.
El parque central tiene vegetación tan tupida, como la que describe José
Eustasio Rivera en ‘La Vorágine’.
Me decía alguien que los ricos de Neiva tienen sus fincas en las afueras de Rivera y los pobres son los que viven en el pueblo. Y sí, mucha gente viene acá los fines de semana y por la noche van a los baños termales que quedan a pocos kilómetros del centro.
Se ven muchos restaurantes antes y en la vía a los termales. El plato típico de por acá es el Asado Huilense, que generalmente se disfruta en familia o con amigos.
Frente a la Alcaldía estaba la vendedora de chontaduros. Rojos, brillantes, hermosos. Esa fruta se vende bastante en el Huila, y la traen del Putumayo, que no está lejos. Por $200 probé uno, y me gustó. Raro una fruta que no sea dulce. Esta se asemeja en eso al aguacate.
Está claro que Rivera fue bastante acosado por los grupos al margen de la ley. Frente a la iglesia hay un obelisco con los rostros de unos diez rivereños muertos en la lucha fratricida, y de quienes se honra su memoria. Y la Estación de Policía, ocupa sitio de privilegio, en el costado occidental de la plaza principal.
El parque es hasta sombrío, de tantos árboles frondosos que tiene. En el centro, sobre un mausoleo, está el rostro de ‘El Cantor del Trópico’: José
Eustasio Rivera, hijo de esta comarca.
Otro establecimiento que me impactó, fue la Compra de Cacao que hay en el marco sur de la plaza. Bastó que arrimara mis narices al salón donde estaban tres bultos de cacao, para que inmediatamente mi memoria se fuera a los años 50, cuando percibía el mismo olor en las secadoras al sol, en Santafé de Antioquia. Qué cosa como los sentidos conservan esas sensaciones, durante toda la vida.
Por estar unos metros más alto sobre el nivel del mar, Rivera es más fresco que Neiva. De algunos puntos de Rivera, se divisa la capital huilense, y esa vista debe ser más interesante por las noches.
Otra fruta exótica que fotografié, fueron unos marañones rojos y amarillos, de pieles también muy hermosas, brillantes y coloridas. Hacían juego con plátanos manzanos, los mimos que también me transportan a la infancia.
El Palacio Municipal, de una sola planta y con arcos en la fachada, no es gran cosa. Dentro se exhiben las fotos de los alcaldes que ha tenido Rivera por elección popular. Y detrás de la alcaldía, está el Coliseo Cubierto. El Hospital Divino Niño, queda a la entrada al pueblo.
A la salida del casco urbano, observo tres perros en una acera, los tres, haciendo la siesta. No, ¡qué parche!
A las 3:30 abordé la buseta de regreso a Neiva. Esta vez sí pude concentrarme en la belleza de la vía. Casi que los 14 kilómetros que separan a Rivera
de la capital, son un solo túnel verde, precioso. Es lo que más me gusta del departamento del Huila.
No obstante, me contaba el conductor, tiene la desventaja que caen muchas hojas sobre el pavimento, los carros ‘las machucan’, y sueltan una baba que hace muy resbaloso el camino, por lo que hay que andar con cuidado.
En este municipio viven en total 16.000 riverenses 9.000 en el centro urbano y 7.000 en los campos. El alcalde de Rivera hasta el 2019 e el señor Néstor Ramiro Barreiro Andrade.
Gracias por compartir
OK, saludos.