Pijao (Quindío).
Miércoles 20 de noviembre de 2013
Pijao, en el departamento del Quindío, no es tan promocionado turísticamente, pero qué pueblo tan hermoso. Me encantó por muchas razones, y lo recomiendo a ciegas.
Luego de visitar Caicedonia, llegué a Barragán, un corregimiento que marca el límite entre el Valle del Cauca y Quindío, y desde donde sale la vía que va para Génova, otro de los 12 municipios quindianos.
A las tres de la tarde estuve en Río Verde. En ese momento llegaban dos jeepaos con 20 muchachos de colegio cada uno. Qué cosa como llenan estos carros, con pasajeros o carga.
Desde Río Verde a Pijao son 20 minutos. La carretera asciende hasta las partidas para Córdoba y vienen luego tres kilómetros en descenso hasta mi destino final.
El pueblo no se ve hasta cuando se transita por la avenida Las Casuaricias, una calle central con separador, también conocida como la carrera sexta. Al iniciar esta vía, hay un arco en ladrillo que da la bienvenida al poblado. También hay una virgen sobre una roca, apenas comienza el casco urbano.
En la buseta en la cual vine, viajaba también el esposo de doña Sixta, la mujer que tiene su casa acondicionada como hospedaje. Son piezas muy limpias, sin baño, pero suficiente para pasar una noche. Y como hoy no hay más huéspedes, pues puedo utilizar un baño solo para mí. Así que por $15.000 pesos la noche, es justo lo que necesito.
Ya sin morral salí a caminar el pueblo, antes que anochezca. Se ve bonito. Alguna vez estuve acá, la única torre cuadrada de la iglesia principal, me recuerda de manera inequívoca, esa otra visita a este municipio, solo que en aquella oportunidad estaba pintada de blanco, ahora luce un color ladrillo bien contrastante.
Lo primero fue admirar unas fotografías muy artísticas, de una mula y una niña, echándole maíz a las gallinas. Esas fotos las tomó Oscar López, un fotógrafo de Pijao, que es familiar de los dueños de la Panadería La Sexta. Me cuentan que Oscar López donó un libro con algunas de sus fotografías, a la Alcaldía Municipal.
Luego en la calle de abajo, pasé frente al parquecito alrededor de una escultura artística, de dos cabezas, que luce un poco descuidada, pero es valiosa. Al parecer la esculpió el maestro John Jairo Loaiza.
Alberto Peña Valencia el alcalde actual, es el burgomaestre más joven de Colombia.
Pijao es llamado ‘el Pueblo sin prisa’, y de verdad que aquí nadie gasta afán y se vive de manera tranquila y pacífica.
Este es un pueblo agradable, bonito, bien conservado, muchas de sus casas ostentan fachadas, típicas de la arquitectura de la colonización antioqueña.
La alcaldía la hicieron también con el estilo propio de los paisas que poblaron estas tierras. El parque está bien arborizado, atractivo y en el centro de una plaza plana.
Pijao tiene varias cosas que me encantan: dos árboles cerca del parque, donde anidan garzas blancas que cada mañana y cada tarde, salen y regresan con los buches llenos para alimentar a sus crías. Abajo, como en todo conjunto residencial de garzas, corren las aguas abundantes de un río.
El Mirador, es otro atractivo especial de este pueblo. Hasta allá subí por escalas, aunque hubiera podido ascender por la calle curva que lleva al mismo punto alto, desde donde se divisa todo el pueblo, con sol favorable durante la tarde. Se aprecia muy bien la iglesia, el parque principal y a la derecha y abajo, el Hospital, el Instituto Pijao y la cancha de fútbol muy grande y plana, donde ahora juegan varios jóvenes.
Y lo tercero, la vida artística que llevan varios de los habitantes de Pijao. Estuve en un almacén de artesanías, conversé con un arquitecto que se dedica a elaborar Decks y otros elementos en guadua, supe de una pareja de extranjeros que consiguieron una casa finca para arrendar. En fin que en Pijao hay actividades variadas y creativas.
Estuve en el colegio y como escuché una banda de música ensayando, pues me dejé guiar por las melodías hasta llegar al segundo piso, en donde el profe preparaba a sus pupilos. Qué bien. Al ver semejante espectáculo de dedicación y disciplina, me pareció oportuno motivarlos y fue entonces cuando improvisé un pequeño discurso que ellos escucharon con atención:
‘Profesor, y Jóvenes: Sinceramente los felicito. Ustedes deben sentirse muy orgullosos de lo que hacen y de lo que son. Porque, a diferencia de tantos muchachos de la edad de ustedes, que desaprovechan las oportunidades y pierden el tiempo, ustedes lo utilizan para cultivar esa aptitud tan valiosa, como es el arte de la música. Así que felicítense ustedes mismos por lo que son, y de todo lo que aprenden con el profesor; no solo en cuanto a la parte académica, sino en cuanto a la disciplina y el auto-control, el trabajo en equipo y cómo desde ya se pueden estar forjando una profesión de éxito.
El pertenecer a una Banda Juvenil de Música, es la mejor carta de presentación que ustedes exhibirán cuando apliquen para un trabajo o cualquier actividad exigente.
Muchachos, sinceramente los felicito. Ustedes llegarán a ser personas muy útiles para la sociedad. De corazón: un aplauso para el profesor y para cada uno de ustedes. Sigan adelante, no desfallezcan, al final el éxito los espera’.
Hacia las ocho de la noche, luego de comer una arepa con queso, de las que asan en fogones de brasas, en algunas esquinas, regresé a dormir a la casa de Sixta.
Jueves 21 de noviembre de 2013
Dormí muy bien en este hospedaje familiar, sencillo y limpio, y como no había más huéspedes, pues resultó cómodo y económico. Desperté a tiempo para escuchar al Padre Gonzalo Gallo en su corta alocución de las 5:56 de la mañana. Se refirió al aguilucho aquel que fue criado por una gallina, como un pollo más, y por lo tanto, nunca alcanzó a volar y se sintió inútil y minusválido.
De una bajé con el morral para no subir más escalas. Le dí una miradita a las garzas al lado del parque. Muchas de esas aves están trayendo pajas para fabricar sus nidos. Qué paciencia deben tener, colocan una a una y, a veces se les caen al río, cuando intentan acomodarla de la mejor manera entre las ramas.
En la panadería sexta fueron mis tragos, a las siete de la mañana, con tinto y buñuelos. En seguida abordé la buseta para la carretera troncal, que arranca de la plaza principal, pero antes de salir, da una vuelta pitando incansablemente, llega hasta el Colegio de abajo: el Instituto Pijao y el Hospital Santa Ana, pasa de nuevo por la plaza y por último toma la avenida sexta hacia Río Verde. Me entero ahora que desde Calarcá hay una línea de buses que hace la ruta Calarcá-Córdoba y Pijao.
La vegetación en esta región es preciosa. Se ven cafetales hermosos, plataneras fértiles y casas campesinas bien tenidas. A veces se observan señales de tránsito enmohecidas, a un lado de la vía y entre bejucos o plantas invasoras.
A las 8:20, estuvimos en Río Verde. Qué ricura de paseo, Pijao es uno de los pueblos a donde volvería con gusto.