Istmina (Chocó)
Miércoles 29 de septiembre de 2010:
Por estos días vine a las ‘Fiestas de San Pacho’ en Quibdó, y hoy quiero conocer Itsmina.
A las ocho de la mañana vino el negrito Róbinson a hacer el aseo y después de desayunar, salí hacia la carrera quinta con 24, a tomar la buseta para Istmina, por $ 8.000, para dos horas y media de viaje; mucho tiempo, porque este carro entra a Cértegui y hace paradas en varios puntos.
A la salida para Istmina está la sede de la Universidad del Chocó. Unas instalaciones amplias de varios bloques, ahora color amarillo y rojo.
Pero lo increíble es que como a 10 kilómetros de Quibdó, están construyendo el ‘Estadio del Chocó’, del cual apenas han hecho una tribuna. Debería estar en un sitio más urbano, creo yo.
Pasamos por Yuto, un corregimiento a lado y lado de la vía. Luego hay un tramo como de cuatro kilómetros de pista en cemento, en óptimas condiciones. Parece que dada la humedad de la zona es más conveniente el cemento armado, que el pavimento que, según el conductor, gasta menos las llantas.
Un poco más adelante, sobre mano izquierda, es decir, al oriente, está la entrada a Lloró, otro caserío ubicado en la zona de mayor pluviosidad de Colombia. Y sí, al fin y al cabo cuando llueve es como si el cielo llorara.
Se ven varios puestos del Ejército en esta vía, que ha tenido muchos problemas de orden público. También se aprecian algunos cultivos de Teca, en terrenos deforestados. Abundan los arbustos, nada de árboles de muchos años.
A las 10:30 entramos a Cértegui, un pueblo pequeño, y solo dimos la vuelta en la plaza. Tiene una iglesia pobre, pero las calles bien cementadas. A la entrada hay un puente viejo en desuso, por derruido y a punto de caer sobre el río.
A través de las ventanas de las casas, se ven muchas mujeres viendo telenovelas. ¿Qué otra cosa se puede hacer en estos pueblos alejados de la civilización? Sí y no, también hace falta educación.
Muy pocos carros particulares circulan por esta carretera. La mayoría tienen placa blanca, y no es mucho el flujo vehicular que hemos encontrado. Ya se ve una vegetación más tupida, casi selvática. Supongo que si uno se adentra dos metros más allá de la carretera, se encontrará una serpiente, saldrá corriendo un chigüiro y lo recibirán con júbilo 356 mosquitos.
Istmina está a solo media hora de Condoto, en donde se centra la explotación aurífera. Me cuentan que Condoto, de 12.000 habitantes, la mitad de los de Istmina, sí es un pueblo mejor presentado que su vecino mayor. Como que tiene plaza decente y es mejor diseñado que Istmina, que solo tiene un redondel con un árbol sembrado, como plaza, parque y centro.
Mis anfitriones en Quibdó me explicaron el primer día, cómo se hace el proceso de lavado y fundición del oro. Ella muele la escoria que queda de la fundición para luego lavar esa ‘arena’ en donde quedan todavía pequeños granos de oro.
Es algo dispendioso, pero si se compara este trabajo en donde ‘el fruto’ se logra de inmediato, y es tan valioso con, por ejemplo, el beneficio del café, la diferencia salta a la vista. Pienso yo que a nadie que tenga la posibilidad de ser minero, se le va a ocurrir sembrar una mata de café. Pero también, las consecuencias personales, sociales y ambientales no son las mismas.
Mi amigo me mostró un lingote de algo más de media libra que cuesta como 18 millones de pesos y cabe en el bolsillo de una camisa. Porque esa es otra ventaja de la minería: que el producto no requiere transporte, más allá al que se empaca en un maletín. Él me contó cómo, a veces se obtienen ‘chicharrones’ de oro puro, de hasta cuatro centímetros de espesor, algo así como una papa pequeña.
Siempre y cuando se empleen máquinas retroexcavadoras, se considera minería ilegal por lo que arrasa con árboles y abre socavones profundos, que generalmente los mineros dejan así. Las retro-excavadoras normales hacen huecos de hasta 12 metros de profundidad, y las explotaciones mineras grandes llegan hasta los cuarenta metros, según explicaba mi amigo.
En fin que las ONGs lo que promueven es solo la minería artesanal, que no es tan nociva con el medio ambiente y le permite vivir bien al minero, cuando no se gasta el dinero en las cantinas. La explotación a cielo abierto y con máquinas, hace que las ganancias sean para unos pocos, los que poseen capital para comprar retros, y generalmente son personas foráneas que llegan al Chocó.
La Y es el sitio en donde arranca la Unión Panamericana, la vía que llevará al Océano Pacífico. Ya está hecha la mitad en trocha, faltaría otro tanto de los 130 kilómetros que hay entre esta vía y la costa pacífica. Pero eso creo que no lo veré yo, mis nietos, tal vez. De todas maneras sería una obra interesante, que abriría estos departamentos de Antioquia y Chocó, al Océano Pacífico y al continente Asiático.
En ese punto hacia el oriente sale la vía que va para Pereira, La Virginia, Apía, El Santuario, Pueblo Rico (Risaralda) y más cerca: Tadó. Me llama la atención el nombre de un restaurante: el 3.000lazo. Chistoso, pero arriesgado para sostener ese precio siempre. Ya estamos a solo media hora de Istmina.
Ahora están pavimentando esa vía hacia Risaralda, según me cuenta el conductor, quien pone mucho gusto en informarme incluso, acerca de aquello que no le pregunto por prudencia, dado que los pasajeros de atrás escuchan nuestra conversación.
El conductor me cuenta también que por el lado de Condoto, Ecopetrol hace exploraciones en busca del petróleo que se cree hay en esta zona. Condoto y Andagoya están a media hora de Istmina y mucho más al sur está Nóvita.
Marañón, fruta del árbol del pan, borojó y chontaduro, son los frutos de la región. Y traen cantidades de manzanas, peras y mangos de Urabá. Pasamos después por San Rafael o El Dos, con una capilla bien pintada. Por ahí se sale, para llegar en cinco minutos en moto, a Raspadura, un corregimiento en donde está un Ecce Homo muy milagroso y ante el cual vienen a rezar muchos peregrinos.
Al llegar a Istmina me bajé en la zona comercial antes de llegar al centro. En dos horas y cuarenta minutos estuvimos en este pueblo chocoano que desde el comienzo no se ve tan bonito, más bien desordenado, aunque con muchos establecimientos comerciales.
Quise subir a las antenas a las cuales se va por el lado del Hospital, luego de atravesar un puente, pero no parecía fácil el acceso y se veía muy solo el lugar.
Entonces contraté una moto que, por mil pesos, no solo me llevó al comienzo de las escalas que suben a los tanques del acueducto, sino que fue mi asesor para saber desde donde se podía divisar toda la población.
El día está inmejorable, de cielo azul intenso. Qué suerte que me toque un día de estos para visitar a Istmina donde, con tanta frecuencia está lloviendo.
En una casa cercana a los tanques, me indicaron el camino y la forma de llegar hasta los depósitos de agua. Siempre corrí algún riesgo de caer, cuando con dificultad logré subir por un palo húmedo y liso, pero mi ángel protector estuvo atento.
Sí, desde encima del gran tanque, se ve bien la ciudad y sobre todo unos cerros preciosos que quedan por la salida para Condoto y Andagoya. Son como cinco farallones altos que de destacan hermosos, como centinelas del valle. Creo que son los mismos Farallones del Citará, que se divisan desde el Alto del Calvario, en Pueblorico. Cuando subí hasta el Calvario, me dijeron: allá detrás está Itsmina. Ahora yo pienso: al otro lado de esos cerros, queda Pueblo Rico.
De nuevo en la calle tomé una motoratona o triciclo, para llegar hasta el puente grande, sobre el río San Juan. Es mejor viajar en triciclo que en moto, a pesar que esta última va más directo y no recoge más pasajeros.
Por los mismos mil pesos, en los triciclos se libra uno del sol y se viaja más seguro y protegido del polvo. Y como la moto-ratona puede recoger más pasajeros, que vayan en la misma ruta, pues de pronto encuentra uno quien le dé información adicional sobre la ciudad.
Ciudad es mucho decir para referirse a este pueblo que, (el primero que me encuentro así), no tiene plaza ni parque, por ninguna parte. Solamente un redondel con un árbol en el centro. Sin embargo supe luego que sí hay un parque en la zona de Cubis, al otro lado del puente. Y por lo poco que ví allí, ese sector sí es como más ordenado y nuevo.
Es impresionante el movimiento comercial que tiene Istmina. El auge de la Minería ha significado un resurgimiento de las ventas, y la llegada de mucha gente del interior en busca del precioso metal.
Almuerzo en el Restaurante El Portal, el mejor de Istmina, según me dijo un señor de buena apariencia. Y sí, qué delicia de fríjoles los que me comí allí, acompañados de carne de cerdo asada, papitas fritas, arroz y ensalada. Muy, muy rico todo.
En la misma mesa donde yo estaba se sentaron tres personas que hablaban portugués. Una de ellas de muy buena presencia, hasta cuando se quitó la cachucha que ocultaba una extensa calva. Cómo hace de ver mayor a un hombre, la ausencia de cabello en la cabeza.
Supe que los señores del caso son de Bahía, en Brasil y claro, vinieron a investigar, para traer maquinaria y explotar el oro de Condoto. Ellos pidieron no el plato del día sino carnes de la carta. Qué horror cómo hacen para comer esa cantidad de proteína, pensaba yo al ver esas porciones tan grandes de carne roja.
Desde el puente en arco, muy imponente y visible desde muchos puntos, tomé varias fotos sobre el río y las embarcaciones que pasaban por debajo. Una colegiala que se adelantó con su barra de amigas, se ofreció para tomarme una foto. Qué bien, se me había olvidado que yo existía también para la cámara.
Bajo el puente sobre el río San Juan pasan muchos vehículos, más que todo motorratones que, aquí en Istmina, abundan. Todo el mundo las utiliza, a mil pesos el cupo y de verdad que son un transporte económico, rápido y funcional. Además con techo que protege del sol.
Aquí en la segunda ciudad del Chocó hay mucho desorden en el tráfico, todo el mundo para donde se le ocurre, y poco se respetan las señales de tránsito. Los motociclistas que también cobran a mil pesos la carrera exclusiva, en su mayoría no usan casco, fuera de que se la pasan haciendo cabriolas y con frecuencia circulan por la mitad de la calle.
Subí al templo a tomar fotos. Es una iglesia sin plaza al frente, pues Istmina no es un pueblo plano sino más bien accidentado. Para entrar a la iglesia con techo de cercha, hay que subir muchas escalas desde una calle central.
El altar principal está muy decorado y, en la nave derecha hay otro altar de la Virgen, con fondo de cielo azul. Dos retablos coloridos que hay a la entrada a la ermita me llamaron la atención por su poco gusto: la Virgen del Carmen en uno y El Resucitado en otro.
Luego, como si fuera un ladrón con suerte, fui abriendo las rejas de los tres pisos que tiene el edificio contiguo a la iglesia. Solo la reja del cuarto piso tenía llave. Desde los corredores, que son como balcones, se divisan distintos frentes de Itsmina, ninguno con una vista agradable, pues hay edificaciones de alturas desiguales, techos de eternit, algunos, y otros de zinc, que reflejan el sol radiante de hoy. Istmina es un pueblo modesto, desordenado pero con intenso movimiento comercial.
Después de tomar fotos desde las instalaciones de la Curia, contigua a la iglesia y al frente del Seminario Pío X, bajé por la callecita en donde está la Estación de Policía, y encontré una casa de segundo piso en madera, con excelente vista sobre el río San Juan y el puente metálico.
El cielo azul y unas flores de curazao, fueron el ambiente perfecto para unas hermosas vistas de este sector.
Con frecuencia, embarcaciones angostas y largas, hechas de un solo tronco de árbol, o lanchas de fibra de vidrio, cruzan bajo el puente, dejando una estela de espuma tras de sí.
Qué tarde tan hermosa la de hoy. Como llegué a Itsmina en pleno medio día, el sol sobre el cenit, fue mi ayudante para lograr vistas preciosas. Definitivamente, no hay como viajarenverano.
Debajo del puente del Cubis, varios hombres de costumbres costeñas, conversaban a la sombra, recibiendo la corriente de aire fresco, que subía por el río. Una mujer les preparaba sancocho en un fogón improvisado, con leña de guacales. Me saludaron muy formales y les respondí en la misma tónica.
A la 1:30 dí por terminada mi visita a Istmina, cuando abordé una moto taxi que, por mil pesos, me dejó en el Terminal de Transportes, que aquí llaman El Brío, pues esa es la marca de la estación de gasolina del lugar. Me contaron que, a ‘un paisa’ le dio por poner una estación de servicio con oficinas, parqueaderos y Hotel, y la ofreció a las Empresas de Transporte para que pusieran allí las centrales de despacho. Como quien dice, mi paisano creó un Terminal de Transportes particular. Vea usted!
El almacén de la estación de servicio vende café con leche y tiene baño limpio con toalla y jabón. Lo necesitaba. A la una y cincuenta, salió la buseta Nissan para 14 pasajeros, pero con solo siete personas, algunas hasta Las Ánimas, en donde se bifurca la carretera para Tadó y Pereira.
El viaje excelente, de nuevo como copiloto de un conductor poco amigo de hablar y de piel tan negra, que parecía azul. Le respeto su silencio y el color de su piel, pues ¿qué nos diferencia si, a la hora de la verdad, ambos moriremos y todos los días, él y yo, tenemos que ir al baño?
Tanto a la venida, como ahora al regreso, me tocó vista frontal sin sol en el brazo, pues en ambas oportunidades fue el conductor quien recibió la luz más fuerte. Menos mal a este chofer, ya nada le podían hacer los rayos ultravioleta…
Muy agradable el recorrido, a veces el conductor aceleraba hasta 120 kilómetros por hora, cosa que me preocupaba algo pues, el cinturón de seguridad estaba malo. Me enrollé en una mano la punta del cinturón, más que todo para tranquilizar mi conciencia, pues en caso de una colisión, de casi nada serviría esa precaución.
Aunque el paisaje es verde, no es tan bello porque, fácilmente se adivina que son predios en los cuales se talaron muchos árboles para construir casas, abrir lotes, meter maquinaria minera y, rara vez, para sembrar matas de pan coger. Apenas si se ven cultivos de chontaduro, una planta mediana de hojas alargadas y más bien grandes.
Tanto en Las Ánimas como en El Cruce y Yotó, logré tomar fotos, mientras el conductor bajaba maletas. En las Ánimas hay una iglesia decente y una escultura en homenaje a las labores, del minero barequeando, y el ama de casa cargando leña para el fogón.
Bueno, me gustó mucho haber conocido Itsmina, es otro pueblo colombiano que no siendo el más hermoso, también genera riqueza para el país, gracias a la laboriosidad de sus habitantes. En general el Chocó es un departamento que ha sido olvidado por el gobierno central y con frecuencia ha sido víctima de la corrupción de sus dirigentes, a pesar de la gran riqueza que posee.
Qué bonito diario de viaje. Todo un homenaje a la región olvidada que tantos quisiéramos conocer y a la que, gracias a tu relato, nos acercamos. Hermosas fotos. Muchas gracias.