Hoy ¿Quién tocará las Campanas?
El sábado santo cuando canten Gloria en las parroquias, se echarán al vuelo las campanas en todos los templos, desde el Vaticano hasta el corregimiento más olvidado del planeta.
En Colombia, como en todos los pueblos del mundo hay personas encargadas de halar los rejos para hacer sonar las campanas.
En mis viajes por ciudades y pueblos me ha gustado fotografiar al campanero de cada localidad. Casi siempre es un personaje conocido y respetado en toda la comarca.
En esta entrega rindo homenaje a los sacristanes que en la noche de hoy tocarán a rabiar los badajos para que todos los fieles celebren la resurrección de Cristo.
Entre los ayudantes de las parroquias hay de todo: desde el señor de la tercera edad un tanto uraño, el monaguillo infantil, hasta la sacristana que yo no esperaba encontrar en ninguna parte.
Las encontré en dos municipios: La Celia (Risaralda) y en Nariño (Antioquia). En ambos casos llegaron al oficio sin proponérselo ni ser heredado del papá. Pero se sienten a gusto con su oficio y lo ejercen con gusto y dignidad.
En Moniquirá (Boyacá) si hay sacristán, pero por ausencia temporal del campanero le tocó al sacerdote auxiliar halar los lazos para convocar al oficio religioso.
En cuanto al sitio desde el cual se tocan las campanas, no siempre es en la nave lateral del templo.
Muchas veces toca subir hasta el coro por escalas nada firmes para hacer el repique.
En Pauna (Boyacá), los lazos están por fuera del templo y se halan sacando los brazos a través de la ventana en forma de cruz, por donde entra el aire.
En esta parroquia es un monaguillo vestido como tal, quien se encarga de llamar a los fieles.
En la mayoría de los casos las cuerdas se halan bajo la torre, en un cuarto oscuro lleno de cosas de poco uso: andamios, escaleras, tablas.
Incluso hay ocasiones en las que el campanario está vigilado por los santos que salen en procesión durante la semana mayor y que el resto del año se guardan bajo las campanas.
En Supía (Caldas), me encontré con un campanero improvisado que apenas si alcanzaba las cuerdas.
Los lazos que llegan hasta lo más alto de la torre eclesial a veces terminan en asas metálicas muy cómodas y firmes, como en la iglesia de Valparaiso (Antioquia).
O simplemente se amarra un palo de escoba a las puntas, para hacer más simple la función.
Pero en la mayoría de los casos a los lazos se les hacen nudos para evitar que las manos resbalen cuando se halan.
El material de las cuerdas a veces es orgánico como la cabuya, otras veces de polietileno que, esos sí duran toda una vida.
En Capitanejo (Santander), los hilos que llegan hasta las campanas son nada menos que finos cables de acero, para que duren una eternidad.
La historia de las campanas de Pácora (Caldas), es lo más interesante. Ocurrió que a unos borrachitos les dio por hacer sonar la matraca en medio de la fiesta, lo que enfureció al cura párroco, quien mandó quemar la matraca de madera traída de ‘la madre patria’.
Entonces los pacoreños reunieron donaciones en oro y enviaron a lomo de mula, varios kilos del precioso metal, hacia Honda y luego en barco por el río Magdalena primero y por último a través del océano, hasta Nueva York.
Con tanto oro, en la capital del mundo fundieron unas campanas de tan buen timbre, que una vez traídas a Pácora, alguna vez se las quisieron llevar para la catedral de Manizales, pero el pueblo se opuso a tal sustracción.
Esas campanas fueron las que escuché yo en ‘la tierra de la matraca’ y la verdad que quedé extasiado con ese sonido tan fino y vibrante.
De todo se ve en la viña del Señor, campaneros, sacristanes y acólitos, de todo tipo y condición. Felices Pascuas.