El Carmen (Norte de Santander).
Sábado 26 de abril de 2014
En El Carmen no hay hoteles y eso para el turista es una buena noticia porque da idea de lo poco contaminado que se encuentra este municipio.
Muchos años en el olvido.
El aislamiento en que ha vivido El Carmen por muchos años ha permitido que se conserven intactas sus calles empedradas y las casas coloniales de patio central y solar trasero.
En 2005 El Carmen fue declarado Patrimonio y Bien de Interés Cultural de carácter Nacional, título que también ostenta La Playa de Belén, el otro municipio nortesantandereano que sí es Pueblo Patrimonial, como lo debería ser El Carmen.
Los 50 kilómetros de carretera sin pavimento desde Ocaña, un tanto incómodos para el viajero esporádico, han garantizado el olvido que en cierto sentido benefició a El Carmen, ahora cuando renace para el turismo. Aquí reina la tranquilidad y el sosiego que cautiva a los viajeros citadinos.
Dos rutas posibles.
Para viajar a El Carmen desde Ocaña es necesario dejar atrás el departamento de Norte de Santander, pasar por en medio de Rio de Oro, un bello pueblo del Cesar y antes de Otarén ingresar de nuevo a la provincia nortesantandereana.
Viniendo de Santa Marta o Valledupar, también se puede llegar a El Carmen en una hora desde ‘La Mata’, un lugar sobre la Ruta del Sol, más cerca de Pailitas que de Aguachica.
En el puente peatonal de Santa Clara, en Ocaña, abordé una buseta de los años 90, como la de ‘Los Magníficos’, pero repotenciada y con buena suspensión, para una carretera destapada como esta.
Desde Río de Oro la vía va en subida hasta el Alto del Páramo donde comienza un descenso continuo hasta El Carmen, que no se aprecia desde antes, sino hasta cuando se transita por las calles del pueblo.
En la oficina de la Flota Haricatama me sugirieron el hospedaje de Chela, una señora que alquila una pieza en la cual dejé mi morral, sin reparar siquiera en las comodidades, que no son muchas, dado que el baño es compartido.
Pueblo genuino.
El Carmen sí que es un pueblo auténtico, hermoso, acogedor y de gente amable. Las casas sin rejas metálicas, sino tal cual como fueron construidas en el siglo pasado, con ebanistería en madera y tapias de barro pisado. Casi todas las viviendas están pintadas de blanco en las paredes y verde y rojo las puertas y ventanas.
En algunas esquinas colocaron carteleras públicas en las que cualquier ciudadano puede colocar sus escritos o reclamos.
Ya con dormida asegurada, contraté a Emilio, un chico joven para que, en su moto me llevara hasta el Filo de la Virgen, desde donde se divisa todo el pueblo, de la manera más espléndida.
Por sugerencia de Emilio, fuimos luego a otro mirador: una manguita, sobre el oriente, debajo de la Cruz, desde donde también se aprecia muy bien El Carmen. Desde esa altura se escucha el rugido de los fanáticos, en las tribunas del Coliseo que hay abajo.
El partido está muy reñido, hay sucesivos empates, y las barras se muestran entusiastas y alegres. Qué juego tan exigente físicamente, y de tanto riesgo.
Bellas singularidades.
Pasamos por Calle del chorro donde los primeros habitantes se proveían del líquido para los oficios domésticos.
Algo muy hermoso y particular de El Carmen, es el hecho de que los cerros tutelares, completamente cubiertos de bosque virgen, están a un lado del casco urbano.
Sobre todo el Monte Sagrado, sobre el costado occidental, con árboles frondosos que casi tocan los techos de las últimas edificaciones.
Pocos pueblos conservan ahí no más, una reserva natural tan rica en biodiversidad y agradable a la vista de sus moradores.
El Carmen es un pueblo de topografía muy quebrada, pero eso mismo le da a este municipio un encanto adicional. En todo el casco urbano, que no dispone de muchos lotes libres, hay varios parques en sitios bien aprovechados.
Balcones naturales permiten observar los alrededores del pueblo bien sea hacia la quebrada o hacia el colegio de secundaria que está en un extremo del casco urbano.
Aunque rectas, la mayoría de las calles son estrechas, pero todas empedradas, y con una hilera de ladrillos en el centro, que separa las mitades.
Emilio me dejó en El Mirador, una explanada amplia desde la cual se divisa muy bien hacia el coliseo, el Cerro de la Cruz y la parte más baja del pueblo.
En el hospedaje, Chela me ofreció sopa de fríjoles con muslo de pollo delicioso, pues era de gallina suelta y de verdad el sabor estaba exquisito.
Aquí también se sirve el tradicional ‘ajiaco carmelitano’ y el licor afrodisíaco más apetecido por los lugareños: el ‘bolegancho’ que todavía se estila en algunas residencias.
Al día siguiente salí a recorrer el pueblo, desde cuando empezó a clarear hasta que un sol fortísimo iluminó las calles.
En el parquecito de abajo vi a una señora tomando tinto en su ventana. Le hice señas que me invitara a compartir el café y aceptó gustosa.
Café conversado.
Es Yolanda Contreras, la que me recomendaron ayer cuando llegué, pero al tocar su puerta estaba cerrada. Su casa es muy agradable, con una ventana amplia que mira sobre el alto de la cruz, al oriente. Ventilación generosa tanto como la luz que entra a la sala-comedor, extendida a lo largo de la edificación.
El templo de El Carmen es aceptable por dentro pero la torre y el frontis de la iglesia sí son evocadores.
Lo mismo el parque de siete entradas, en memoria según cuentan los ancianos, de las siete familias a partir de las cuales se constituyó la primigenia comunidad carmelitana.
A El Carmen se le conoció inicialmente con el nombre de ‘Estancia Vieja’, una hacienda en la cual se daba posada a los labriegos que pasaban por el territorio.
En el parque central se observa el busto con la imagen de Enrique Pardo Farelo, autodidacta, literato y poeta carmelitano, autor de la novela ‘Una derrota sin batalla’.
También me llamaron la atención un hidrante y muchas tapas de las acometidas de agua, importadas o de todas maneras antiguas.
Pedí ayuda para que me ubicaran mejor una burra enjalmada que esperaba amarrada a un poste. Cuando traté de moverla, la bendita mostró ganas de enviarme un par de coces.
Desayuno con huevos y una de esas arepas gruesas y de puro maíz que hacen acá en El Carmen. Al morderlas se siente la pureza del cereal con el cual se elaboran.
Antes de las nueve de la mañana pasó por la plaza de El Carmen, procedente de Guamalito, la buseta de Hacaritama, con destino Ocaña.
Me tocó el mismo puesto de ayer, en la última banca, en medio de lugareños conversadores. Y claro, me interesa hablar con ellos, pero esta vez no fui yo quien inició el diálogo, sino que a mi lado venía un señor joven, de apellido Márquez, con el don de la palabra, que se encargó de hablar durante todo el viaje.
El alcalde de hasta el 2019 es el señor Edwin Contreras.
Acá habitan en total 16.000 carmelitanos, 2.500 en el pueblo y 13.500 en las veredas.
mis respetos hermano – eres una joya – me gusto ese incapie – de que aqui no hay hoteles – porque aqui nada esta contaminado – que buena honda – un gran abrazo para ti –
Gracias, saludos.