El Carmen de Atrato (Chocó).
Jueves 2 de julio de 2015
Según el último censo, este municipio chocoano tiene unos doce mil habitantes, de los cuales la mitad vive en las veredas y la otra mitad en el pueblo.
Entre Ciudad Bolívar donde amanecí y El Carmen de Atrato, hay 36 kilómetros, que se recorren en una hora y media, pues la carretera apenas está en proceso de pavimentación y a veces hay paradas para permitir los trabajos. El pasaje entre ambos municipios cuesta $8.000. La ida la haré en un campero veredal. Por eso desde las 5:30 me senté en el mejor puesto, la ventana delantera, pues quiero observar todo, disfrutar lo más que pueda este viaje, a un municipio chocoano desconocido.
Desde cuando se sale de Ciudad Bolívar, la carretera avanza en ascenso hasta La Mansa, una hermosa vereda cerca al alto del Boquerón, en donde está el límite entre los dos departamentos: Antioquia y Chocó.
Más adelante se encuentra otro alto: el de La Sirena, y ahí sí comienza el descenso hasta El Siete, un paraje de muchas casas donde están las partidas para desviarse tres kilómetros y entrar a mi destino: El Carmen de Atrato, o continuar hacia Tutunendo y Quibdó.
Lo bueno de hoy es que hay pocas nubes en el firmamento, así que no hay obstáculos para contemplar tanto verde: guaduales, sembrados de cebolla junca y sobre todo cafetales; los que están cerca de la vía se ven cubiertos de polvo, pues con los trabajos de afirmado y pavimentación, los vehículos levantan nubes de tierra que termina en las hojas de la rubiácea. En noviembre de 2016, deberá quedar pavimentada esa vía desde Ciudad Bolívar hasta La Mansa.
El inmenso río Atrato que conocí desembocando en el Golfo de Urabá, crecido y muy amplio, cargado de ramas y troncos, es por acá un riachuelo de pocas aguas, que viene del Páramo y baja por un lado de la carretera y del casco urbano de El Carmen. Difícil creer que este es el más grande río del Chocó.
Recuerdo ahora cuando, bajando hacia Popayán, anduve por un lado del río Cauca, que por ese sector, cerca a su nacimiento, es una vertiente muy reducida y clara.
Un kilómetro antes de entrar al pueblo, se divisa la Iglesia de El Carmen, que en la tarde recibe de frente los rayos del sol. A las 7:30 de la mañana me bajé en la plaza principal, para desayunar en el café, debajo del atrio eclesial.
El Carmen es un pueblo pequeño, muy inclinado, la plaza es lo más plano de la localidad, pero el conjunto es bastante pintoresco. Tiene muchas calles que sirven de atalayas para observar distintos ángulos del casco urbano.
Y no sé si ha sido coincidencia, pero he visto varias personas de tez trigueña y ojos verdes, un fenotipo poco común.
La iglesia está bien: de estilo neogótico, tiene cubierta elevada, vitrales sencillos, arcos ojivales, nervaduras y capiteles dorados. Luego el sacerdote me invitó a conocer la casa cural, de mampostería en madera muy fina. Me cuentan que en el año 2.000, hubo una toma guerrillera muy fuerte y acabaron con la casa parroquial, en represalia porque los policías se refugiaron en el templo.
Aquí en El Carmen funcionó el Seminario Menor, cuyo edificio vacío fotografié yendo para el Asilo. Ahora esa edificación está vacía.
Dos edificios blancos, de dos plantas y nuevos, son los más destacados: en el costado occidental de la plaza el CAM Centro Administrativo Municipal, y arriba del Asilo, el Colegio Corazón de María.
En la salida para Urrao, a diez minutos y 3.4 kilómetros de El Carmen, están las minas de cobre y oro ‘El Roble’. Un bus trae y lleva a los mineros todos los días hasta el sitio de trabajo.
Más arriba, en el Cerro Plateado, surgen varios ríos. Hace un mes, llovió tanto por allá, que se crecieron todas las vertientes que nacen en lo alto, entre ellos el que causó la tragedia de la quebrada La Liboriana en Salgar, donde murieron 97 personas.
Qué sitio tan agradable y bien cuidado es el Asilo San José. Lo construyó un cura párroco anterior, en medio de jardines y con buenas comodidades para los ancianos, a pesar que las casetas son prefabricadas. Pero los espacios verdes, el mirador, la réplica de la iglesia, las matas de jardín, el uso ecológico que le dan a los residuos sólidos, todo ello es digno de admirar.
En seguida de la alcaldía, está el Taller de Artesanías de las Mujeres Carmeleñas. Allí admiré bolsos, mantas, tendidos de cama y muchos otros artículos en tela y cuero.
Cuando regresaba a la plaza, conocí dos personajes importantes del pueblo: Alexander Echavarría Agudelo, el alcalde municipal a quien saludé en el segundo piso del CAM, y a Gregorio Corrales, un viejo de 78 años lo más de simpático y chistoso.
El hombre me recuerda los juglares medievales, pues cuenta historias y dá consejas en versos, que recita de memoria. Me reí mucho con esos apuntes inesperados y picantes.
‘Yo soy Gregorio Corrales, si lo quiere conocer, el padre de mis hijos y marido de mi mujer’.
‘Ayer mi mujer enojada se me sentó en el patio, porque charlando le dije, fuera de vos tengo cuatro’.
Saludé al policía que, fusil en mano, montaba guardia en la esquina de la Alcaldía. Tengo por costumbre hablar también con los militares de los pueblos, a los cuales encuentro, casi siempre muy reacios a las conversaciones en La Habana y, claro, temerosos por la cantidad de policías que ha asesinado la guerrilla últimamente. La idea que trato de dejarles es que: ‘Una paz imperfecta, es mejor que una guerra perfecta’.
Una moto-taxi que me subió al barrio Manizales, ya sobre el sector sur del pueblo. Desde allí se divisan muy bien los edificios del centro: Iglesia, CAM, la Plaza de Ferias, abajo del Asilo y los barrios de la parte norte del cacerío. También admiré un árbol alto en donde las garzas comienzan a construir sus nidos, que yo llamo ‘urbanizaciones ardeanas’.
A la salida del pueblo se pasa por el Cementerio bien presentado.
Junto al campo-santo hay una caballeriza en donde me entretuve viendo herrar un animal de paso.
En el puente sobre el naciente río Atrato, se toma la buseta apara Ciudad Bolívar. A partir de El Siete, comenzó el ascenso hasta el kilómetro 112 donde está el Alto de La Sirena, punto desde el cual se divisa Ciudad Bolívar, allá abajo y como encañonado. Luego, en el 115, la vereda La Mansa y más abajo, otra vereda muy pintoresca, que corresponde al corregimiento La Linda.
La carretera que baja de La Mansa tiene muchos precipicios, pero ahora en verano se ve segura. Abundan los cafetales. Un campesino me cuenta que en las tierras frías, el café se dá todo el año, en cambio en cultivos de clima templado, se recoge una gran cosecha a partir de septiembre.
A las doce y media, dí gracias cuando llegamos a Ciudad Bolívar, con mucho polvo en la ropa, pero satisfecho del pueblo que conocí y disfruté tanto.
Gracias por esta historia❤️
Me gusta que la haya disfrutado. Saludos.
Mi Tierra . Saludos amigo viajero…espero su llamado..sé que iremos juntos…Un abrazo,
OK, te llamaré. Saludos.
Hola, sólo hoy me acabo de encontrar este excelente artículo sobre mi terruño natal. Muy bien escrito y muy fiel a la realidad. Claro que «todavía» hoy diciembre 31 de 2019, la vía a Ciudad Bolívar, no la han terminado de pavimentar!!!!
Que vaina que no hayan terminado esos trabajos. Gracias y Saludos.
Que suerte tuvo la hija de los fundadores, mordida por la serpiente. Sobrevivió o falleció?
No sé, cuéntenos usted la historia. Saludos.
En el tiempo que estuve en este pueblo bello el Carmen de Atrato choco la pase muy bien su gente es acogedora desearía volver
Qué bien, saludos.
Hola . Saludos a mis paisanos Carmeleños. Soy Jaime Vera Zapata. (49 años) hijo de Marcos Vera y Luz Estella Zapata. Oriundo de la vereda La Mariela. Ahora vivo en Guarne Antioquia. cualquier contacto a mi número 3105003848 abrazos
Suerte Jaime, Saludos.