Dibulla (La Guajira) 1/2
Miércoles 26 de octubre de 2016
Desde hace quince días las busetas que viajan al aeropuerto José María Córdoba están estacionando cerca del Centro Comercial San Diego. Parece que los van a sacar de la zona detrás del Hotel Nutibara.
Muy puntual y agradable el vuelo por Viva Colombia. Tan pronto llegué al aeropuerto Simón Bolívar, abordé el bus que me dejó más allá del Centro Comercial Buenavista, cerca al puente de Mamatoco.
Allí tomé el bus hasta ‘Casealuminio’, la entrada a Dibulla. Este es un bus viejo, pero muy cómodo. Todavía tiene aire acondicionado, asientos altos y abullonados, descansa-pies y espaldar reclinable.
Su gran pecado es la mampara que impide mirar hacia el frente y que, en todo el sentido de la palabra, separa al conductor de los usuarios.
Claro, este es un carro para el siglo pasado cuando el servicio a los clientes poco interesaba, mejor si se ignoraba a los pasajeros y el chofer era el amo y señor de la situación.
Menos mal a mitad de camino entró al bus el que vende los ‘buñuelos de maíz’, unas torticas de chócolo tierno lo más de ricas, acompañadas de tajada de queso, a $1.500 la unidad. No sé si porque no había almorzado, pero me supieron a gloria.
Como no podía mirar hacia adelante, me entretuve estudiando los mapas de La Guajira y Magdalena que traje impresos. Es muy importante planear bien los recorridos y consultar con los vecinos de silla.
Densas nubes se observan hacia el frente. Entonces le pedí a la Fuerza Universal que por favor dispara los nubarrones oscuros con ráfagas de viento y, me escuchó. Cómo será que cuando volví de regreso a ‘Casealuminio’, ahí sí empezó a caer un vendaval. No me mojé para nada.
Dejé el morral al cuidado de la señora que tiene un caspete sobre la troncal. Así podré caminar el pueblo libre de equipaje.
Entre ‘Casealuminio’ y el centro de Dibulla son seis kilómetros recorridos en un colectivo que esperaba a los pasajeros de Santa Marta.
El conductor del auto fue tan amable que me permitió fotografiar la obra del escultor Haine de la Hoz: ‘Monumento al Cultivador de Plátanos’ que hay en la glorieta, entrando a Dibulla.
Este pueblo me encantó, lo disfruté al máximo, también porque hice lo correcto: dejar el almuerzo para después y aprovechar el tiempo sin lluvia para tomar fotos y hablar con los dibulleros.
Lo primero fue enfocar la iglesia, sencilla, pero bien y otra capilla antigua.
Las primeras fotos las tomé a través del hueco de la chapa en la puerta principal, para ingresar luego por la ‘Puerta del Perdón’ que estaba abierta.
El edificio de la alcaldía es moderno, tanto como las camionetas parqueadas al frente y la edificación blanca que están terminando para montar allí un hotel.
Mucho mejor es la explanada a la que le están dando los últimos toques, con tarima, bancas y palmeras, justo frente al mar. Ya es un espacio público encantador, por el viento que sopla y la vista sobre el océano.
Allí me hice fotografiar para recordar este momento tan agradable, con el mar a mis espaldas y dejándome acariciar por la brisa. No hay playa, pero de todas maneras, ‘mar es mar’, ah, eso sí.
Continué mi recorrido por la orilla, fotografiando embarcaciones artesanales, puertas, chapas y cercos de palitos o tablas secas.
Frente al mar tengo una sensación de Libertad. No tiene igual suerte la gallina que está al tanto de sus crías: los pollitos se desplazan a su antojo, pero ella debe quedarse dentro de una jaula para mantener a los jovencitos a corta distancia de la casa.
De nuevo en el parque conversé con jóvenes que acicalaban sus gallos de pelea. La cuestión como que es simplemente estética, aunque el gallo con menos plumas puede desempeñarse mejor en el ruedo.
Odio esas peleas macabras, pero bueno, en la costa son cosa corriente y la gente no tiene actividades culturales para entretenerse.
Anduve por la ‘Panadería Los 5 hermanos’, el ‘Restaurante La Bendición de Dios’ y el ‘Salón de Billares Jobilug’.
Un viejo camión de muchos colores y latas oxidadas, aguarda hasta que su dueño tenga unos pesos para enviarlo al taller.
Así se ve hermoso, con la sombra de los años y el rigor de sus latas gruesas. Parece un monstruo dispuesto a devorar a alguien y emprender la retirada batiendo sus alas abiertas.
Cuando regresé a ‘Casealuminio’ cayeron las primeras gotas del vendaval. Lo malo es que se habían acabado los chorizos y toda la comida de sal.
Pero con las vivencias maravillosas que tuve hoy en Dibulla, es suficiente. ¡Fascinante!
El alcalde de Dibulla hasta el 2.019 es el señor Bienvenido Mejía B.
21.000 dibulleros habitan el territorio municipal, tres mil en el casco urbano y 18.000 en las veredas.
Hola, me preguntaba ¿que bus tomo de Santa Marta a Dibulla? Agradezco de ante mano el dato
Uno que vaya para Riohacha y unos 40 minutos antes de la capital de La Guajira te bajas a la entrada a Dibulla. Suerte.