Cepitá (Santander).
Domingo 3 de agosto de 2014
Cuando viajamos entre el Parque Nacional y el río Chicamocha, muchos recordamos ese pueblito hermoso que se ve allá abajo, en un valle muy verde, pero entre montañas agrestes. Pues ese es Cepitá, el municipio que visitaremos hoy.
A la salida para Cepitá y San Andrés, sobre la troncal del Chicamocha, me entretengo mirando los vehículos que suben impulsados o los que bajan con cierta precaución. Espero que algún carro me lleve hasta la localidad que recuerda al cacique Cepetá.
Al cabo de 20 minutos de espera, apareció un camioncito Luv que lleva mercados para un cliente de Cepitá. La buena noticia es que por $5.000 me puede transportar, y la mala, que no tiene puesto adelante, tocará viajar en la carrocería, menos mal, sentado sobre un bulto de abono.
Desde que mis cuatro letras estén bien soportadas, y me pueda sostener con ambos brazos del ángulo de tablas de la carrocería, todo está bien.
Nunca pensé que fuera a tener un viaje tan angustioso. No por incomodidad, sino porque yendo en lo alto de la carrocería, para mí eran más evidentes los precipicios tan profundos que hay a un lado de esta vía, estrecha y con tramos insipientes.
No obstante, en algunas curvas hay muros de contención, y solo la tercera parte del recorrido está destapada, el resto, hasta llegar al pueblo, tiene ‘pisa-huellas’ en cemento muy firme.
Así que me concentro más en, admirar las cabras que abundan sobre los peñascos, a veces con crías pequeñas, muy bellas.
También miro el río Chicamocha que transcurre abajo, un poco sucio por las lluvias de estas noches.
Algo que me pone al borde del pánico, es la brisa tan fuerte que llega hasta mí, sobre todo en las curvas. Parece ser que el aire en movimiento viene encañonado y a veces da la impresión que, siendo tan fuerte, pudiera mover el carro hacia el abismo.
En fin que no veía la hora de llegar, fueron 30 minutos difíciles, hasta cuando por fin pasamos el puente metálico que atraviesa el río y estuvimos sobre terreno plano.
Ah, qué respiro! La verdad, estuve a punto de arrepentirme de haber venido por esta carretera de mil demonios.
El pueblo de Cepitá, como me lo imaginaba y se divisa desde el mirador: un caserío pequeño, de calles bien trazadas en damero, pero eso sí, rodeado de una zona tan verde y bella como pocas.
Me recuerda lo que aprendí del Dr. René Uribe Ferrer, en las clases de Historia en la UPB: que los pueblos antiguos buscaban los terrenos fértiles a orillas de los ríos, para establecerse. Se cree que la humanidad surgió a orillas de los ríos Tigris y Éufrates.
La plaza de Cepitá es amplia y plana. Ahora reforman el parque, y cerca de la iglesia construyen una tarima fija, en piedra, madera y techo forrado con caña brava; también han colocado un kiosco en madera de buen aspecto.
Una inmensa ceiba da sombra en el centro de la plaza. Muchas viviendas conservan los muros de tapia pisada con los que fueron construidas hace lustros.
La iglesia tan diminuta como el pueblo, diría que regular por fuera y por dentro. Todas las casas las han pintado de café oscuro, y a las calles les han colocado piedra de río en el piso.
Cepitá es un municipio rodeado de montañas altas y cerros áridos por todos lados. Desde arriba se ve como es, encerrado entre peñascos.
El punto del mirador cerca de PaNaChi, desde el cual se observa Cepitá, está a tanta altura, que da brega distinguirlo desde acá abajo.
Lo primero fue comer algo, pero solo encontré papitas de paquete. Lo segundo y prioritario: averiguar transporte para regresar lo más pronto posible, no sea que me quede acá encerrado.
Menos mal en última instancia estaría la posibilidad de arrendar una moto por 15 mil pesos, que me saque hasta la troncal. Por ser domingo, no hay transporte público.
Afortunadamente después de media hora de suspenso y tensión, apareció otra Camioneta Luv mediana que me podrá llevar, también en la carrocería. Incluso más cómodo que a la venida, pues le pedí al conductor que consiguiera algo en dónde colocar mis posaderas, y encontró lo mejor: una silla Rimax de brazos, que le prestó una vecina.
Ah, no mijo, la que tanto me gusta: ¡la silla monoblock! Bienvenida.
No obstante esta camioneta tiene algo en contra: no lleva capota, así que me tocará ir de sombrero para resistir el sol. Bueno, lo importante es salir de acá cuanto antes y, a salvo de los precipicios.
Antes de pasar el puente, viniendo de la troncal, se observa en medio de la floresta, una casa de dos plantas muy bonita desde la distancia.
Allí precisamente se subieron las dos pasajeras que ocuparon las sillas delanteras, más un joven que me acompañó en la carrocería.
Y hasta fue bueno que el chico me conversara permanentemente, pues sirvió de distracción para no preocuparme por la caída, casi vertical, que hay a un lado de casi todo el trayecto.
Solo recuerdo otro viaje así de aterrador, cuando montado en una barca incipiente y abarrotada de pasajeros, atravesé el río Magdalena, bastante crecido, para ir de Sabanagrande a Pueblo Nuevo en el departamento del Magdalena. Ese también fue un viaje tan azaroso como este, solo que más corto.
Me distraje tomando fotos al valle verde de abajo, para no mirar las profundidades casi sin fondo que hay al lado.
Afortunadamente el sol no fue fuerte o estuvo oculto por alguna nube amiga, así que fue poco lo que tuve que usar el sombrero.
De todas maneras es bellísima la vista sobre la tierra fértil de abajo o sobre el río que transcurre ahora muy explayado.
Y esa aridez gris de las montañas verticales, se ve bonita y recuerda siempre el Gran Cañón norteamericano.
A medida que pasaban los kilómetros, me tranquilizaba pensar que en subida hay menos riesgo de que el carro resbale o es más fácil frenarlo en caso de que se salga de la ruta y pueda caer en picada.
Y hasta me acogí a la imagen de la Virgen del Carmen que hay en una curva, muy visible desde la distancia. A la hora del susto, todos somos creyentes.
Un señor, habitante de la casa muy visible desde la parte de arriba de la troncal, y con cultivos variados en la pendiente atrás de la vivienda, se subió lo más de simpático, burlándose un poco de mis nervios.
Y me consoló diciendo que la vía que va para San Andrés, y que se ve al otro lado y muy arriba de la cordillera del frente, esa sí es bien peligrosa y es la única a la que a él le da miedo. En esta, se siente seguro pues claro, la transita casi a diario.
Menos mal se subió este vecino, cuando íbamos ya por la parte más azarosa, la que no tiene cemento y generalmente está cubierta de cascajo resbaloso.
Así que me dediqué a conversar con el hombre, como si ningún peligro hubiera al lado.
Al fin a las 3:40 llegamos sanos y salvos a la carretera troncal, pagué los $4.000 por el transporte y ahí mismo pasó un bus, que me llevó hasta las partidas para Curití.
Ahhhh descansé al bajarme de esa camioneta de estacas, y terminar el recorrido desde Cepitá.
Entonces le di gracias a Dios por estar con vida y saludable!
Buena histiria y fotos, gracias por compartir, saludos desde Buga
Qué bueno que te gusta, saludos.
Chimbo este tipo solo encontro papas de paquete, nunca pregunto por la comida tradicional de Cepita el caro al horno, parece que lleva a solo para sancocho de tienda, y por lo cagao que iba es mejor que no vuelva. Ir aCepita a co tar babosadas con lo fantástico que es el cañón del Chicamocha.
Prefiero no hacer ningún comentario.
Don Germán Vallejo. Yo también fui alumno del Doctor René Uribe en el tema del Derecho de Familia. Un saludo muy especial. Juan Fernando Arango Vásquez.
Ah, qué bien Juan Fernando, saludos.