Casabianca (Tolima).
Viernes 17 de octubre de 2014 ‘Paraíso Forestal y Paisajístico de Colombia’.
El campero Carpati en el que viajaré a Casabianca estaba programado para salir a las cinco de la tarde y llegar a su destino a las siete de la noche.
Pero hubo demoras para salir, mientras se acomodaban los bultos de abono sobre el capacete del carro, los mercados para dejar en el camino, los sacos con cuido para levante y hasta mi morral que viajará en la parte de arriba. También acomodaron encima la guadaña de don Calixto y hasta el perro de misiá Marta, al cual ‘le gusta viajar arriba’.
Porque dentro vamos doce personas sentadas, más tres pasajeros que viajarán pegados atrás, sobre el estribo del parachoques. Cuando ya el campero iba saliendo del pueblo, llamaron por celular al conductor para que esperara a Ovidio, quien nos alcanzará en una moto-taxi, pues necesita amanecer mañana en Casabianca. La mayoría de los viajeros se solidarizaron con el pasajero retrasado, pues
‘Nadie está libre de una cogida de tarde’.
Mientras se mantiene la luz solar, me entretengo observando esos campos tan verdes, todos cultivados con café, plátano, caña de azúcar o yuca. Más adelante pasamos por un sembrado de seis mil palos de aguacate, de dos años de edad. Ya construyeron una garrucha que permite subir y bajar por la ladera los bultos de abono y servirá también para el transporte de la cosecha.
Y un detalle hermoso y práctico: al lado de la vía, por todo el borde del aguacatal, han sembrado unos arbustos de hojas amarillas que no solo decoran el paisaje, sino que delimitan el camino, algo así como la advertencia del Metro: ‘No traspase la línea amarilla’.
En seguida fui testigo de una escena que era frecuente en mi niñez todas las tardes, cuando las gallinas subían por una vara hasta lo alto del árbol, en donde acostumbraban dormir. Esta vez son dos pollas jóvenes: la carmelita y la negra, las últimas en trepar al árbol. La juventud siempre se resiste a la tradición…
Mientras tanto, la señora de la casa campesina, recoge del alambre, la ropa que no puede quedarse allí, por si llueve. Una a una, coloca sobre su brazo: la ropa de jornalear de Arturo, la blusita y los pantaloncitos de la niña, la camisa de Duván, los tres bluyines nuevos de Jennifer, con sus camisetas compañeras, la falda de Rubiela y el trapo con el que Bryan limpia la moto; Uhmn, vaya que no lo encuentre limpio…
Bajamos hasta el puente sobre el río Cajones, para iniciar después el ascenso hasta Casabianca. Al principio de la subida, hay cuatro kilómetros con pavimento, de resto la carretera es destapada, firme y segura, no obstante que los precipicios que hay a un lado, son muy profundos y casi perpendiculares.
Ya oscureció. Cualquiera supondría que es peligroso viajar por estas vías terciarias, en horas de la noche, pero si existe esta ruta nocturna, debe ser porque la zona es segura.
Y sí que lo es, todas las puertas de las casas están abiertas y en ninguna pared he visto grafitis con arengas de grupos armados. Eso sí, me imagino que hace 12 años no se podía transitar por acá, ni siquiera de día.
Una cosa muy particular es que casi durante todo el viaje hasta Casabianca, se ven la panorámica y las luces de Herveo. Es como si le estuviéramos dando la vuelta a ese municipio, por la cordillera del frente. Qué ironía: llevamos hora y media de viaje, y seguimos estando a igual distancia del pueblo de donde salimos.
Desde cuando arrancamos se formó dentro del campero una tertulia muy entretenida, que yo avivaba con preguntas sobre los cultivos de café que abundan en la zona, las flores que lucen casi todos los frentes de las casas y detalles de las anécdotas que contaban mis compañeros.
Delante de la vereda Arenillo, que tiene incluso colegio de bachillerato, don Daniel, el hombre de sombrero ancho que va al lado del conductor, recordó la tragedia de hace poco, durante el invierno fuerte del 2011. En esa oportunidad murieron siete personas cuando un alud tapó la casa donde dormían. Con mucho dramatismo, don Daniel expresa:
‘A lo que ese derrumbe se vino en travesía, ninguno se escapó’.
Y hace poco, murió también una señora de la vereda, cuando el carro que conducía chocó contra una roca del camino y luego la carrocería le cayó encima a la dueña.
‘Dizque cuando lograron levantar el carro, la señora apenas si boquiaba’,
explica el hombre.
Poco a poco don Daniel ganaba liderazgo en el grupo de pasajeros, hasta el punto que le daba indicaciones a don Orlando, el conductor del campero.
‘Apenas pasemos esa curva, pítele a doña Mery,
para que reciba el bulto de cuido que viene arriba y que es pa’ ella’.
En fin que, fue bastante entretenido este viaje, poco me acordé de los abismos profundos de al lado, ni que ya eran cerca de las siete de la noche, de este día memorable.
Ya hemos dejado atrás el puente sobre el río Gualí, y tras un pequeño ascenso, llegamos a la vereda ‘La Cristalina’, a solo quince minutos de Casabianca.
Así que a las 7:30 de la noche me bajé del carro con las rodillas tiesas, pero feliz por haber disfrutado de un recorrido auténtico y agradable. A pesar que veníamos estrechos, no me pareció traumático el viaje. El valor del pasaje: $11.000, no es nada costoso para dos horas y media, por una carretera destapada y retirada de la civilización.
Mis amigos del campero, me hablaron muy bien del ambiente familiar del ‘Hospedaje Rosarito: su segundo hogar’, a cuadra y media de la plaza principal, por la salida para Villahermosa.
Por $10.000 arrendé la habitación No. 10, sin baño privado, pero con dos camas y balcón hacia la esquina. Diagonal a mi habitación, está el Hospital Santo Domingo de Casabianca.
Ya sin morral, salí a dar una vuelta por la plaza, un tanto sola y oscura a esta hora. En la primera venta de pollos, tomé caldo con menudencias y el postre fue en la Panadería Evennezer: una aromática y pan aliñado de $200, con mucho sabor.
Ya ve, por las fotos que vi de Casabianca en Internet, me lo imaginé peor. Al menos tiene una calle amplia y plana, en la parte de debajo de la plaza, y la iglesia en lo más alto no es gran cosa, pero se ve bien desde abajo.
En una cafetería de la plaza interrumpí la tertulia de tres lugareños, para que, sobre el plano del norte del Tolima que traje impreso y ampliado, me asesoraran respecto al periplo que haré en los dos días siguientes.
En este fin de semana, aspiro a conocer Villahermosa, Palocabildo, Falan, Lérida, Ambalema, Alvarado y Venadillo. Fueron muy amables esos casabianquenses y rápidamente se pusieron de acuerdo en que, lo mejor es ir mañana sábado a Villahermosa, regresar a Casabianca y de ahí viajar a Palocabildo y Falan, e ir a dormir a Mariquita.
Sábado 18 de octubre de 2014
Al amanecer hubo rayos y aguacero fuerte, cosa que me alegró, pues lo más seguro es que el de hoy será un día soleado, para viajarenverano.
Muy temprano tomo café con buñuelos en la Cafetería Los Cuyos, y luego me dedico a fotografiar el centro de Casabianca.
También retrato el busto de Mariano Ospina Pérez, colocado en un pedestal con la famosa frase:
‘Para la democracia colombiana, más vale un presidente muerto, que un presidente fugitivo’.
Esa sentencia la dijo el caudillo conservador, cuando un grupo de notables liberales le propuso que renunciara a su investidura, luego de los horrendos sucesos del 9 de abril de 1.948, después que mataron a Jorge Eliécer Gaitán. Esas palabras también se le atribuyen a Salvador Allende, antes de su muerte, el 11 de septiembre de 1.973.
Pero, volvamos a mi destino de hoy. ¿Por qué este pueblo se llama Casabianca? En memoria de don Manuel Casabianca Wélsares, un guajiro hijo de la venezolana, descendiente de alemanes: Nicomedes Wélsares y el médico italiano Agustín Casabianca, quienes habían desembarcado en la Guajira, de un navío con bandera francesa. La madre de don Manuel murió luego del parto.
Manuel Casabianca Wélsares viajó luego a Norte de Santander, se educó en el Colegio el Rosario de Cúcuta, más tarde fue el primer gobernador del Tolima, lo fue por varios períodos y, posteriormente ministro de Gobierno del presidente Miguel Antonio Caro.
Ya veo por ahí a Orlando, pitando seguido en su campero Carpati rojo, para regresar temprano a Herveo.
Bajo hacia el oriente, por donde está el colegio José J. García. Ahí cerca construyen un coliseo con graderías. Y en la parte de arriba, está el barrio Las Camelias, que se distingue muy bien desde distintos puntos del casco urbano.
Y sí que estuve de suerte, pues al momento pasó un habitante de ese barrio, que por mil pesos me subió en su moto hasta las primeras casas. Son como 80 viviendas, de construcción reciente y una vista inmejorable sobre el centro de Casabianca.
La iglesia en lo más alto, la Cruz a un lado y las edificaciones del centro, se ven al detalle y con toda la luz del sol que hoy salió muy temprano. Incluso desde las casas con mejor panorámica, se alcanza a ver la torre de la iglesia de Villahermosa, el municipio que está hacia el sur y a una hora de recorrido.
Frente a las primeras residencias han hecho una banca de guaduas, en donde me siento a detallar el paisaje y extasiarme con semejante vista tan hermosa. A los lados del pueblo, las montañas húmedas, aún cargan en los socavones, pesados cordones de nubes blancas. Qué contrastes tan hermosos, qué naturaleza tan bella. A las siete de la mañana, esta parte de Casabianca, se aprecia esplendorosa!
Le pedí el favor a una de las chicas de la última casa, que grabara en mi cámara la imagen del pueblo, con mi figura al lado, para mantener un recuerdo de este momento tan grato.
En seguida la misma chica me trajo un pocillo de tinto caliente, del mismo que a esta hora disfrutan todos en su casa. Pregunté por el dueño de la moto Honda que hay afuera, y será él, Fernando, quien por $2.000 me regrese a la plaza principal.
Abajo en una casa campesina, una adolescente baña a ‘Carmela’, una yegua de lucero en la frente la más consentida por la familia.
En la plaza, mis tres asesores de anoche, ya me saludan como viejos amigos. Uno de ellos me advirtió:
‘Hombre, se me olvido decirle anoche que, en Villahermosa, sí es mejor que no se quede hasta tarde’.
Qué gente tan amable se encuentra uno en los pueblos alejados.
Bueno, ya sé que debo ir con cuidado a ese municipio vecino.
Identifiqué muy fácil a los dos amigos de anoche, porque hoy lucen la misma ropa de ayer. Aquí no es como en las ciudades, que hay que cambiar de pinta todos los días. Me queda claro que el auténtico valor de las personas está en su interior.
En el parque, frente a la Alcaldía de diseño moderno y dos plantas, hay seis bancas cómodas. En una de ellas me siento a hacer el borrador del diario y a observar cómo poco a poco, la plaza se va llenando de gente, caballos, mulas cargadas y camiones veredales que traen plátanos, yuca y, sobre todo: café.
La primera línea que salió temprano de Herveo, ya llegó cargada de campesinos, gallinas y bultos. Las escaleras de acá no son tan lucidas como las paisas, pero cada una sí tiene un nombre bien exhibido. Frente a la Compra-venta de café están descargando ‘La Andariega’, ‘El Profe’, un campero Carpati ampliado, y ‘El Aguacatero’, otro carro mixto: para carga y pasajeros.
Lo más gracioso ahora es ver cómo un mulo atrevido, se está comiendo parte del racimo de bananos verdes, que trae sobre su lomo, la yegua de adelante.
Quien llegó luego a la parte de abajo de la plaza, fue aún más interesante. Se trata del vendedor de matas de jardín, que trajo su carreta engalanada con flores de todo tipo y variados colores. ¡Nunca había visto una mercancía más hermosa!
Begonias, jazmines, flor de los Alpes, pensamientos, novios, poinzetias, besos, geranios y rosas. Varias señoras rodean la carretilla, admiradas del colorido y la frescura de tantas matas. Orfilia admira las begonias, Teresa prefiere los novios y a Graciela le recuerdan los geranios que su mamá cuidaba con esmero.
Otra flor muy especial, por su diseño y color verde claro, la exhibe el vendedor en su mano, con la promesa que ‘sirve para la buena suerte’. Por eso vale $10.000 y no ocho mil como el resto de plantas, sembradas en bolsas negras.
Como ya llegó a Casabianca, el Toyota de color verde que saldrá para Villahermosa, corro a asegurar mi puesto adelante, para no perder detalle del camino. El pasaje, para una hora de viaje por terreno destapado, cuesta $8.000.
Mientras tanto veo pasar la funcionaria que salió de la Alcaldía de Casabianca, y a la cual todos los hombres se quedan mirando. Es que tiene un cuerpo bonito y prominentes caderas. Debe ser la secretaria del alcalde, porque dígame…
A las once de la mañana, luego de una hora de viaje desde Villahermosa, regresé a Casabianca recogí el morral donde Rosita y estuve atento en la plaza, a la espera que el campero Toyota en el que vine, continuara el viaje hacia Palocabildo.
Comí mango maduro y pastel de guayaba de la Panadería Delicias del Tolima, la mejor ubicada en la plaza de Casabianca: Paraíso forestal y Paisajístico de Colombia.
Qué pueblo este… En pocos municipios me he sentido tan bien como acá. Qué impresión: nada me fue esquivo, todo me pareció admirable.
¡Te quedarás en mi corazón, Casabianca!
Gran relato Germán, ya se porque lo prefieres
Fueron experiencias muy bellas. Saludos.
encontre el relato maravilloso para entusiasmar a cualquier viajero aventurero yo lo soy y espero conocer apenas pueda ese Maravilloso Lugar de CASA BIANCA y ese Querido Pais que es Colombia
Seguro tendrás la oportunidad muy pronto, saludos Víctor.
un pueblo pequeño pero acogedor,gente humilde pero muy formal,calles limpias y un alcalde muy formal.
Doy fe que así es, saludos.
Que hermoso relato. Quedó plasmado en tus palabras que te gustó el pueblo. BIENVENIDO SEAS SIEMPRE A ESTAS TIERRAS. Casabianca será una perla para gente con sensibilidad alta, que sepa apreciar las cosas sencillas y la cotidianidad de la vida de pueblo. Además el trato de su gente es digno del paisaje y el clima tan maravilloso que Dios le asignó a este pedacito de Edén escondido en plena cordillera central de Colombia.
Gracias Diego, saludos.