Cartagena (Bolívar) Segunda Parte.
Domingo 19 de enero de 2014
Les recuerdo a mis lectores que mis viajes son tipo mochilero, casi siempre en transporte público. En la primera parte describí mi arribo a Cartagena, hasta cuando llegó la noche, estando en la Plaza de la Aduana. En esta segunda parte continúo el recorrido, desde Cartagena, a donde llegué en avión, hacia Riohacha, en bus.
Se ven muchos turistas ahora en la ciudad heróica; parece que para los universitarios del interior y de otros países, las vacaciones no han terminado. Algunos visitantes recorren el centro histórico en bicicletas alquiladas, lo cual, en Cartagena, se volvió una moda. La otra vez cuando vine con una amiga, alquilamos ciclas y fue una experiencia increíble, recorriendo el centro histórico. Ahora incluso algunas ciclas son eléctricas.
En fin que me encontraba disfrutando de la buena música cerca de la Plaza de la Aduana. Apenas veo a Fidel Leottau Leottau, el dueño del famoso Bar, pienso: Bueno, y yo por qué no me tomo una foto con él? Es que el reconocido establecimiento: ‘Donde Fidel’, abierto desde 1.985, está decorado con decenas de fotos en las que aparecen: Fidel con Hillary Clinton, Fidel con César Gaviria, Fidel con Francisco Santos, Fidel con Oscar de León, Fidel con Andrés Pastrana, Fidel con Carlos Vives, Fidel con Gilberto SantaRosa, Fidel con Juanes. Pues hace falta una foto de Germán Vallejo con Fidel. Y, efectivamente, cuando le pedí el favor al viejo, sin pensarlo dos veces se levantó de su silla y un transeúnte nos tomó la foto a Fidel y a mí. Qué maravilla!
Ahora sí, cuando son las 6:45, me levanto de la mesa y paso por el Portal de los Dulces a revisar el surtido de cada puesto. Por fin, en la Dulcería de Tomasa Reyes Peña, compro dos panelitas de plátano maduro, a $700, deliciosas. Qué sabor, parece como si las hicieran con plátano cuyabro. Me fascinaron.
De paso al paradero de buses, compro tres mandarinas de quinientos, para el viaje de esta vez. A las siete de la noche sale por fin el bus que va para el Terminal Terrestre de Cartagena, que está bien retirado del centro histórico. El concierto de voceadores, cada uno promoviendo su ruta, es ensordecedor. Todos gritan al unísono: Ternera, Caracoles, La Popa, Crisanto Luque, Pozón. Me encanta escuchar de nuevo los nombres de esos barrios cartageneros, tan particulares.
El bus de Olaya en el cual voy va muy despacio, mucho. Parece como si el conductor no quisiera dejar pasajeros para ‘el arriero’. Menos mal al chofer le gustan los vallenatos y no dejan de sonar unas melodías muy buenas.
Afuera, en las calles de los barrios populares, por donde pasamos, es otro cantar: con frecuencia se escucha la estridencia de un ‘pick up’, como llaman por acá a los equipos de sonido, de esos tan grandes como un escaparate, formando una columna que retumba. Hay el doble de equipos, que iglesias cristianas, en cualquier garaje o casa adaptada como ermita.
Este bus parece un altar de corpus, o un monumento de jueves santo, por no decir que un ataúd. Tiene cortinas azules a lo largo del habitáculo de pasajeros. Cenefas dobles en las ventanas laterales, y sencillas a lo largo del pasillo. De cada pliegue cuelgan moras y borlas blancas, que se bambolean a medida que el carro avanza.
Por fin, delante de MejorKosto, el conductor cambia de ritmo y empieza una carrera desenfrenada hacia adelante. El chofer parece maníaco depresivo: ha pasado de pronto, del letargo a la exaltación. Parece que el bus de atrás está próximo, y ahora sí, vamos a las volandas. El pasajero que se va a bajar tiene que gritar con tiempo: ‘Parada’, y luego un ‘Aguanta’ desesperado, cuando el conductor intenta despegar sin que el usuario haya puesto el pié en tierra.
Menos mal, para mi gusto, el freno lanza escupitazos encantadores, cada que el chofer oprime el pedal. Ese sonido me fascina, aunque no deja de ser contaminante. Una bocina estridente suena acosando al vehículo de adelante, cuando tarda un segundo en arrancar. Ahora todos los demás choferes son unos atarbanes, menos él que, ahora sí, va de prisa.
Al fin, después de una hora de viaje, llegué al Terminal de Transportes de Cartagena. Como aún me quedaba un lugarcito libre en el estómago, compré por quinientos pesos, un buñuelo recién frito, de los que preparan ahí mismo en la calle y bajo un kiosco bastante iluminado. Detrás de la freidora, otro hombre cortaba tiras de queso para molerlos a continuación. Venden muchos buñuelos, de distintos tamaños y muy ricos. Luego un huevo cocido con sal y limón, que yo mismo preparo, para qué más. Estaba delicioso ese huevo, también a quinientos pesos. De postre, otro mordisco de panelita de plátano, de las que compré en el Portal de los Dulces, en el marco de la Plaza de la Aduana.
Presenté en la taquilla de Copetrán la hoja impresa del comprobante de pago por Internet, de $55.000, para viajar esta noche en la silla número 16, hasta Riohacha. Me encanta vivir en esta época, cuando tenemos tantas comodidades que nos brinda la tecnología. Sin embargo a quien lo solicita, le hacen descuento en el valor del pasaje; pero tener la seguridad de la hora de salida y silla asignada, valió la pena.
Ya con mi tiquete en la mano, encontré silla y mesa disponibles ‘Donde Érika’, uno de varios restaurantes que hay dentro del Terminal. Una mandarina y varios tragos de la coca cola que vacié en el envase bebé, seguidos de una Bretaña, como dosis alcalina y, a trabajar en el diario.
A las 9:15 abordo un bus muy cómodo, en donde, para mi fortuna, no colocaron película durante el viaje. Solo música bailable, con algunos vallenatos viejos. Un asiento confortable, con doble descansa-brazo. Antes de arrancar, un funcionario de la empresa graba en video a todos los pasajeros. A veces ocurren atracos por parte de los mismos viajeros del bus.
Una luna de color amarillo oscuro, achatada, pero grande, nos acompañó durante gran parte del recorrido. Lleva apenas cuatro días menguando. Desde mi ventana yo la admiro y ella me observa coqueta. Así en ese flirteo mutuo, terminan cinco horas inolvidables en Cartagena. No me imaginé que iba a estar tan agradable la espera, antes de completar mi viaje hasta la capital de la Guajira.