Cartagena (Bolívar) Primera Parte
Domingo 19 de enero de 2014
En un alimentador y luego en Metro, arrimé al Terminal de los colectivos para el aeropuerto, cerca del Hotel Nutibara. Esa empresa de transporte ha modernizado su flota en el último año. El aumento de la clase media en Colombia y, sobre todo, creo yo, los vuelos de bajo costo por Viva Colombia, han incrementado de manera inusitada, la demanda de transporte hacia el aeropuerto de Rionegro.
Al llegar, el terminal aéreo estaba lleno, qué cantidad de pasajeros para todas partes. Me alegra comprobar que ya no son los más pudientes, los únicos que pueden viajar en avión. Acabo de saludar a una amiga quien llegó hace poco de Bogotá.
Mi almuerzo fue torta de pescado y un café. No hay como la carne de pescado para comer en estas circunstancias, cuando hay que tratar bien el sistema digestivo. Para el postre, un Gansito y, en el avión, media coca-cola bebé y un paquete de galletas de Miel, que había comprado ayer. Debo advertir a mis lectores, que mis viajes son con bajo presupuesto y en transporte público, excepto a los destinos a los cuales viaja Viva Colombia. Esta vez me dirijo a Riohacha, pues quiero visitar varios pueblos de la Guajira. Hace algunos años estuve en el Cabo de la Vela, y esta vez quiero conocer Fonseca, Manaure, y otros municipios guajiros.
Cuando escribía estas líneas, en una mesa del segundo piso, me saludó lo más de formal Carlos Fernando Villa Gómez. Casi no lo identifico, pero de la sorpresa. Y sí, como estaba de blue jeans y sin corbata, era difícil reconocerlo.
Me puse a conversar con Juan Lorenzo, un médico argentino que, desde el 2 de enero viaja por Colombia: Capurganá, Santa Marta, Taganga, etc. Hace especialización en ortopedia y tiene mucho sentido social. Lo que más le impresionó de nuestro país fue, claro, la cantidad de armas y fuerza pública y la desigualdad económica. Muy vacano el joven, hablamos muy bien como 40 minutos, hasta cuando se llegó la hora de ir a la sala de espera.
De su país me comentó que, Cristina Fernández ha tenido cosas buenas y otras no tanto. Por ejemplo, los subsidios por hijo y el aumento en la pensión que hizo a los jubilados. La educación superior es gratuita, en las universidades públicas. Y allá, como acá, la gente se ha polarizado en cuando al concepto que tienen del gobierno actual.
Al abordar mi vuelo pude ubicarme en la silla que más me gusta: la 3 F, donde no me dará el sol y lo que miraré tendrá suficiente luz. Además en ese asiento, el ala del avión no impide la visibilidad.
A mi lado vienen tres chicas argentinas, lo más de bonitas, por sus ojos claros y piel bronceada. Vienen muy bien preparadas, se ve que investigaron bastante, pues conocen incluso la manera de ir a Barú en bus y moto-taxi, a través de Pasacaballos. Vienen de San Andrés y Medellín, y nuestras islas en el Caribe, les encantaron. También Medellín, claro.
Ay no, qué placeres tan chéveres los que me brinda ahora la vida! Me embruja pasear, sufro el síndrome del viajero y me encanta volar en avión. A las cuatro en punto aterrizamos en el Rafael Núñez.
Cerca del aeropuerto abordé por $1.700, el bus que me llevaría hasta La India Catalina. Pero antes de llegar a ese punto, ví una Feria de Artesanías. Me bajé, pagué los tres mil pesos por el ingreso, y caminé por los corredores formados por muchas casetas, con las mismas artesanías de todas partes. Pero bueno, fue interesante verla y colaborar con los que trabajan manualmente, como yo.
Esa India Catalina me encanta. Qué escultura tan bella, se ve preciosa a esta hora, cuando le dan de frente los últimos rayos del sol. La han colocado en el lugar que se merece: en medio de una explanada muy bonita, con palmeras elegantes detrás y, sobre un pedestal que la hace ver más airosa y elegante. Es lindísima con ese cuerpo escultural y esos senos desnudos tan perfectos. La adoro!
Luego cumplo mi cita obligada, cada que vengo a Cartagena, en la coctelera de ‘El Niño Roys’. Un coctel de cinco mil, preparado con maña, como en un ritual sagrado y con abundante cebolla cabezona, de la roja, que le da un picantico rico. Allí, en el Parque de la Orquídea, y bajo un árbol frondoso, pero no muy alto, disfruté de cada camarón, saboreándolos con calma, con total consciencia y cierta solemnidad.
Luego hice mi visita ordinaria al Éxito de La Matuna, donde, en mis tiempos de trabajo en la costa, funcionaba el Almacén Magali París. De nuevo en la calle, pasé por ‘Palito’e mango’, el otro lugar en donde hay varias cevicherías.
Allí también, en la Nacional No. 1, he saboreado los frutos del mar en mis venidas anteriores a la heróica. Esta vez estaba delicioso, el otro vaso de cinco mil, que disfruté al unísono, con la brisa que venía del mar. Qué ricura! Este ceviche está más suave, pero con un saborcito agri-dulce encantador. Cómo será que hasta la galleta Saltines me supo a gloria!.
Mucha gente sube por el andén de la Avenida Venezuela, en donde aún no ha comenzado a funcionar el MetroBus, cuyas estaciones y carriles exclusivos, ya están terminadas desde hace años, pero seguramente la politiquería y la corrupción han impedido que el sistema de transporte arranque. Desde hace siete años he visto avanzar esta obra, a paso de tortuga.
Enseguida pasé al Parque Centenario, a todo el frente de la Torre del Reloj. Este sitio me fascina. La brisa golpea fuerte y hay bancas de parque, cerca de los dos pegasos gigantes y tan bellos, que custodian el muelle. Pasa gente con la piel bronceada y a veces rojiza, por el sol que soportaron en a las Islas del Rosario y Playa Blanca, en Barú. Acaban de llegar en el Alcatraz y las lanchas rápidas, que hacen el tour por las islas.
Tomé algunas fotografías de la Catedral y los arcos hermosos que rodean la Plaza de la Aduana. Esta hora, cuando no es tarde ni noche, es ideal para fotografiar las bellas construcciones cartageneras. Un sol de los venados se esconde ahora, detrás de las cúpulas de la iglesia de San Pedro Claver. El reloj de la basílica marca las 5:45; la tarde está hermosa, mucha gente regresa de la playa y pasa frente al Hard Rock Cartagena, que exhibe una decoración muy original.
Entonces me siento en una de las mesas, afuera de ‘Donde Fidel’, el famoso Bar especializado en salsa y frecuentado por lo más granado de la sociedad colombiana. Allí se escucha salsa de la dura y a buen volumen. Hasta estas mesas la música llega no tan alto, lo que permite conversar sin interferencias. Ahora es una hermosa y vieja canción de Celia Cruz, la que alegra la noche.
Yo hablo conmigo mismo, me felicito por vivir estos momentos, acariciado por la brisa veraniega y viendo pasar la gente costeña y los turistas. Me llama la atención la cantidad de grupos de mujeres jóvenes, que vienen a Cartagena. Muchas son del cono sur. Y es que la mujer es más paseadora, menos anquilosada, más amiga de disfrutar los viajes y la compañía de sus pares.
Los arcos de medio punto que rodean la plaza son iluminados con reflectores amarillos, que le dan un encanto único al ambiente. Cada tres minutos pasa un coche tirado por caballos y guiado por un negro, con zurriago en la mano. Lástima que a algunos de esos carruajes les colocan en las lámparas coloniales, que decoran en las esquinas, luces leds, a cambio de las tradicionales bombillas incandescentes.
No se pierdan la Segunda Parte de este relato de viaje, donde podrán admirar otras hermosas fotos de Cartagena.
Una ciudad muy hermosa. Viví allí un semestre y la verdad lo disfruté. Estuve en todos esos lugares que mencionó (en algunos solo pase) y hasta comí ceviche en ese lugar donde se tomó la foto.