Agrado (Huila).
Lunes 14 de marzo de 2016
Muy plano y esparcido en un mar de árboles, así es el Agrado.
Parece que en cada casa hay un solar con suficiente floresta, de tal manera que la vista general del pueblo lo hace ver navegando en un verde mar.
El Agrado es un pueblo exquisito, tiene personalidad.
Me encantaría pasar acá varios días, en la tranquilidad de sus calles y conversando con los habitantes mayores, que son los más.
Con dos de ellos dialogué un poco, uno con espíritu de emperador claudicado, se apoyaba en un bastón de guayabo de dos falanges, mientras su edecán hacía lo propio con el zurriago con el cual, en otra época, arriaba el ganado.
El primero, de más alcurnia, conserva la pose de un pro-hombre decadente pero con el porte de quien sabe valorarse por encima de la dureza de los años.
El segundo, sin más trono que el quicio de cemento se mantiene atento a las solicitudes de su patrón y se cuida de no contradecir sus dictámenes perentorios.
Los dos mantienen una amistad reforzada por la rutina de verse cada tarde, sin mucho diálogo, pero con la seguridad que da el silencio, capaces de soportar, quienes llevan muchos años en compañía.
Todas las tardes están ahí, cual Quijote y Sancho, a la espera que suenen las campanas de la iglesia, viendo pasar las horas y las pocas personas que circulan por la calle.
En el Agrado todo es clásico: las hermosas sillas del parque en donde a esta hora descansa un lugareño si no acostado, al menos extendido a lo largo de la banca.
En el centro del parque hay una joya de la decoración europea, con cuatro cabezas diabólicas, de cuernos disimulados, orejas colosales y espesa barba.
Me refiero a la hermosa fuente de agua en bronce del más pulcro estilo francés.
Hay casas tradicionales de aspecto colonial bien guardadas. Algunas conservan las ventanas arrodilladas y los balcones redondos de otras épocas.
La iglesia Nuestra Señora de las Mercedes, sencilla pero de buen gusto, ostenta un altar dorado de gran valor estético.
El cielo raso de color azul claro con apliques dorados, parece que repitiera el diseño del mosaico del piso, tan antiguo como la cubierta superior.
En ninguna otra parte había visto esos trazados en oro con elegantes diseños.
En la parte superior algunos vitrales iluminan el interior, al tiempo que recuerdan pasajes bíblicos con escenas primitivas.
Más allá del centro encontré una reliquia automotriz que me encanta: un viejo campero Land Rover, sin color definido pero con todas sus latas en buen estado y en donde el óxido perdió la pelea con el aluminio.
La alcaldía en el marco de la plaza, con ladrillo a la vista, me recuerda la de Envigado.
Solo le faltan las tres banderas de las que adolecen las astas de la fachada, para imprimirle colorido al frontis escueto.
Un busto con la imagen de José María Rojas Garrido, orador convincente y senador, hijo del Agrado, también adorna el parque.
En 1.866 Rojas Garrido ocupó la presidencia de la república durante dos meses, en reemplazo del general Tomás Cipriano de Mosquera quien tuvo que ser suspendido.
La Hacienda Buenavista, ubicada a 7 kilómetros del Agrado, es una construcción con más de 300 años que conserva el piso en ladrillo, las paredes de tierra pisada y los techos en teja de barro.
Constituye un atractivo más para visitar en Agrado.
Por último me hice fotografiar en una banca del espacio público, para sentir que no estaba en cualquier localidad pequeña, sino en una urbe europea.
Las bancas del parque tienen comodidad ergonómica y acabado distinguido.
A esta hora de la tarde, el sol de los venados hace que todo resplandezca aún más.
Acá viven en total 8.500 agradunos, 4.500 en el pueblo y los 4.000 restantes en el campo.
La alcaldesa del Agrado hasta el 2019 es la señora Waldina Lozada Vega.